Como los osos

31 01 2011

Dirás que últimamente tengo un poco abandonado este blog. Y yo te diré que tienes toda la razón. Otros trabajos, otras ocupaciones relacionadas principalmente con acaparar alimentos para tiempos de escasez y en general poco compatibles con la escritura de microrrelatos (algo que, si se quiere hacer en serio, requiere más tiempo de lo que parece)  me mantienen apartado de lo hiperbreve. Es una etapa y no se puede forzar la máquina. Ya habrá épocas más tranquilas.

Pero quiero aprovechar un ratito libre para insertar aquí el resultado de algunos pequeños juegos y recordarte así (y proponerte que juegues también a ella) la existencia de una técnica llamada lipograma. Las letras no son grasientas, pero a veces es divertido sustraerlas del cuerpo del texto. Un lipograma es eso: un texto que ha sido escrito evitando una o más vocales. Se cultiva desde la antigüedad y, entre la nómina de ilustres que lo han frecuentado (o, al menos, visitado), están Alonso de Alcalá y Herrera, que en 1641 dio a conocer Varios effetos de amor en cinco novelas ejemplares (libro que estoy buscando), Óscar de la Borbolla (Las voces malditas) y  Jardiel Poncela. Incluso los maestros del humor, esos completos extraterrestres que son Les Luthiers, han jugado al lipograma. Como muestra, escucha Papa Garland Had a Hat and a Jazz Band and a Mat and a Black Fat Cat. Pero, si algún contemporáneo merece ser citado como autor de lipogramas, ese es Georges Perec, con su La disparition (El secuestro, en español). Para saber más, tienes el Diccionario, la Wikipedia y la estupenda «Introducción» de Antonio Fernández Ferrer a su edición de los Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau (donde encontrarás muchos más juegos posibles).

Yo, en estos días, jugando junto con los talleristas de Factoría de Ficciones, he parido (o abortado) alguno, más por aquello de poder decir «eso lo he experimentado» que por otra cosa, que de todo hay que probar en la vida, salvo el crimen y el fascismo. Ahí van estos pequeños homenajes a esos cronopios lipogramáticos que en el mundo han sido:

Coromoto es nombre de mujer

Coromoto tiene un dolor que no le duele en el cuerpo, sino en el espíritu. Siente que no tiene eso que debe vivir en ese sitio donde su espíritu es, donde su ser femenino es. ¿Qué es lo que Coromoto siente lejos, como espectro verde, como sol negro que fenece, como luz que murió?

El ente enclenque

Desde que dejé de ser ese ente enclenque, ese ser demente, es Pepe el que me precede en el perecer.

La sábana, la lana, la danza

La sábana da alas a la mañana, a la lana da manchas blancas para danzar hasta acabar gastada.

Hasta aquí, mi parte. Si tienes lápiz y papel, también tú puedes jugar. ¿O es que no tienes las vocales que hacen falta?





Adiós, muñeca

29 01 2011

Hoy acaba la sección “La buena letra”, en el A vivir en su edición canaria, capitaneado por Eva Marrero. Han sido 65 programas en los que hemos recomendado libros de todas las épocas: desde El poema de Gilgamesh a títulos aparecidos el año pasado. “Ahí cabe todo”, pensarás. Y sí, cabe absolutamente de todo (McCarthy, Millares, Delibes, Vian, Thompson, Olga Orozco, Virginia Woolf, Roald Dahl, Fred Vargas, Andreyev, Pavic, Rodari, Walpole, Unamuno, Campos-Herrero… algunos de ellos, puedes encontrarlos en este blog) y yo he podido darme el gustazo de hablar cada semana de los libros que me gustan (ya sabes que prefiero no hablar de los que no me gustan) y poner así mi granito de arena a eso que se llama divulgación, algo que es bueno (o que al menos no es malo). Y todo esto, gracias a la iniciativa (porque la idea fue suya) y la completa libertad de elección permitida por ese fenómeno radiofónico que es Eva Marrero (cuya voz siempre me recuerda a Lauren Bacall, no me preguntes por qué). Quizá por eso, porque Eva me recuerda a aquellas mujeres míticas de la época dorada del cine, y porque era la última recomendación por el momento, el libro elegido para esta ocasión fue Adiós, muñeca, una de las mejores novelas negras de uno de los mejores novelistas del género, Raymond Chandler, de quien no habíamos recomendado nada en los 65 programas que llevamos juntos.

En Adiós, muñeca, el gigante Moose Malloy, que no mide más allá de metro noventa y cinco ni es mucho más ancho que un camión de cerveza (y que reparte bofetadas como panes, por cierto) encarga a Phillip Marlowe que localice a su Velma, a la que no ha visto desde antes de entrar en la cárcel, de donde acaba de salir. Velma es Velma Valente, una bailarina que, después de que Malloy fuera condenado, ha aprovechado para hacerse humo. Pero, en la búsqueda de esta mujer misteriosa (y no tan angelical como Malloy cree que es), Marlowe va a encontrarse con una red de extorsiones, robos, asesinatos, polis corruptos y todo el elenco habitual de los hard boiled de la época.

Adiós, muñeca, de Raymond Chandler, Madrid, Alianza, 296 páginas.

Adiós, muñeca, de 1949, viene a ser la segunda novela de la serie de Philip Marlowe, que comienza con El sueño eterno y acaba con Playback y consta de seis novelas y pico, porque además Chandler escribió algunos cuentos con el personaje y dejó a medias una séptima novela. Pero Marlowe, junto con el Sam Spade de Hammett viene a perfilar el arquetipo del detective de la novela negra: frío, inteligente, cínico, de moral aparentemente elástica en la que, sin embargo, subsisten unos de principios incorruptibles, este héroe urbano se alquila barato, pero no se deja comprar por nadie y bucea entre la basura intentando siempre no mancharse. Eso lo saben bien los fans de Humphrey Bogart, que interpretó tanto a Marlowe como a Spade en varias películas. Pero a Marlowe lo han interpretado muchos otros actores. En la versión de Adiós, muñeca, dirigida por Dick Richards en 1975, fue Robert Mitchum el que encarnó a este detective fortachón y sarcástico, que se pone bonito a Bourbon, pero que prefiere el gimlet (ginebra con lima, por si sales de copas esta noche y te apetece hacerle un homenaje).

Y fue el alcohol, precisamente, lo que marcó a Chandler, este señor norteamericano educado en Inglaterra que inmortalizaría a la ciudad de Los Ángeles en sus novelas. Antes de dedicarse profesionalmente a la literatura (no publicó su primera novela hasta los 51 años), fue militar, empleado de banca, periodista y ejecutivo en una petrolera, de donde lo echaron por perseguir a las secretarias. Cuando publicó El sueño eterno, Chandler seguía la estela que había dejado Hammett, pero su estilo es menos rudo, más sofisticado. Además de los diálogos lacerantes, las tramas laberínticas y un cuidado diseño de personajes, Chandler destaca por sus descripciones rápidas y por su fino sentido del humor, que hacen que se disfrute de sus novelas no solo por la intriga, sino simplemente por su estilo literario, realmente ejemplar.

Además de novelas, Chandler firmó algunos guiones de cine realmente míticos, como Perdición, de Billy Wilder, o Extraños en un tren, de Hitchcock. Y un ensayo imprescindible para los incondicionales de lo criminal: El simple arte de matar.

Pero, de todas sus novelas (uno siempre tiene sus preferencias y debilidades), yo prefiero esta, porque, además de la intriga y la denuncia del capitalismo y de la corrupción, hay en ella una triste historia de pasión, de amor imposible, ya que todo el argumento surge del amor desmedido (y la resultante ingenuidad) de un matón bruto y bastante torpe, por una chica que ya no le quiere.

En fin, se acaba “La buena letra”, pero tú puedes seguir leyendo, por ejemplo,  esta novela de Chandler, en Alianza Editorial, de 296 páginas, que se titula Adiós, muñeca.





Rectificación

6 01 2011

Por deseo expreso de Antonio García Yedra, suprimo la nota citada en la entrada anterior (Una mala noticia) y adjunto en esta entrada el texto que se muestra actualmente en letrascanarias.org.

El texto es el siguiente:

El portal de literatura canaria Letras Canarias desaparece debido al agotamiento del proyecto (y de quien venía encargándose de él).

A pesar de los reproches que haya podido difundir en estos últimos días, el principal responsable de este cierre no es otro que su creador y administrador, que ha perdido las ganas de dedicar una parte considerable de esfuerzo a esta iniciativa.

Muchas gracias a los que de una forma u otra han participado en estos casi diez años de andadura y gracias también a todos los que han hecho llegar sus correos de apoyo.

La enciclopedia de escritores seguirá todavía activa en este espacio hasta que se agote el pago del alojamiento.

Saludos de Letras Canarias.





Una mala noticia

5 01 2011

Entre cigarrillos que se apagan y bibliotecas amenazadas por derrumbes, llega una mala noticia: el cierre de Letras Canarias. Para quien no lo sepa (el link está a la derecha de este texto, en la lista de enlaces) letrascanarias.org es una estupenda página de documentación sobre la literatura hecha en las Islas.

Me he enterado (debo confesar que en los últimos tiempos no la visitaba demasiado) por una nota que su creador, Antonio García Yedra,  ha colgado en Facebook.

No añado más comentarios, porque es mejor que cada uno saque sus conclusiones. Pero debo dar las gracias a Antonio por el trabajo que desarrolló generosamente en estos años y del cual nos beneficiamos todos los demás. Contribuyó a popularizar a todos los escritores de las Islas, sin ningún tipo de exclusión: de una punta a otra, desde los primeros a los más recientes. Así que vaya para él, desde aquí, ese agradecimiento y junto con mis disculpas por no haber hecho más por ese proyecto que solo me proporcionó alegrías.





La biblioteca y el mar

4 01 2011

Sé muy poco de urbanismo. Y, mucho menos, de leyes. Así que cuando hay que opinar sobre leyes referidas a la ordenación urbana, soy un interlocutor tan válido como un tertualiano de Tómbola en unas jornadas universitarias sobre la Escuela de Frankfurt.

De libros entiendo un poco más. Vivo de ellos. O, más exactamente, vivo con ellos, para ellos. Y amo las bibliotecas, porque me parecen uno de los pocos lujos dignos que puede permitirse una especie (tan miserable en otros aspectos) como la especie humana y son (eso no lo discutiría nadie) una cifra de la civilización.

¿A qué viene todo esto? A que un alto tribunal acaba de dictar una sentencia, según la cual la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas de Gran Canaria debe ser derribada. Si me lees desde Canarias, probablemente ya lo sepas. Pero si me lees desde fuera, puedes leer la noticia aquí o aquí, por ejemplo.

Si normalmente siento cariño por cualquier biblioteca en general, en este caso concreto hablo de una que me toca muy de cerca, una de mis preferidas, de la cual soy usuario desde hace años y en la que incluso paso algunas horas semanales impartiendo talleres de escritura. Se dirá que es por eso que el tema me preocupa. Pero quien piense que esto es asunto únicamente de los usuarios de esa biblioteca o de quienes trabajan allí o de los habitantes de esta ciudad, debería mirarse al espejo y preguntarse si tiene alma de esclavo. (Sobre mi opinión personal acerca de esta afirmación, cualquiera puede leer un texto que escribí no hace mucho en este mismo blog, y que lleva por título Bibliotecas, borregos y totalitarismos).

Como no entiendo de urbanismo ni de leyes urbanísticas, he apelado a mi sentido común (leído lo leído) y entiendo el malestar de esos vecinos que adquirieron propiedades con vistas al mar y hoy tienen propiedades con vistas al muro. También por eso he tirado de hemeroteca y he recordado quién gobernaba en 1997 en Las Palmas de Gran Canaria y he comprobado que esos gobernantes aún no han hecho declaraciones al respecto.

En cualquier caso, sabiendo que los vecinos tienen razón, sabiendo que la decisión del Tribunal Supremo parece razonable, soy incapaz de concebir el derribo del edificio de una biblioteca en un país civilizado, porque siempre entendí que destruir bibliotecas es de bárbaros, de intolerantes o de déspotas (también se puede ser las tres cosas al mismo tiempo), así que supongo y espero que quien pueda hacer algo lo haga. De hecho, quien puede hacer algo (para empezar) es quien desea, al mismo tiempo, que esta ciudad sea capital europea de la cultura (sí, lo escribo con minúsculas; soy de quienes piensan que ya somos una capital europea de la cultura desde hace años, aunque no nos hayan dado el titulito que lo hace oficial), así que motivos pragmáticos no le faltan.  Mientras redactaba esta entrada, acabo de escuchar (no sin cierta satisfacción) al concejal correspondiente declarar que se buscará una solución económica (se reconocerán los derechos de los vecinos afectados, se les compensará adecuadamente).  Me pregunto si el pago de esa solución irá a cargo del erario público o se le pasará la factura a quien gobernaba en aquel momento y se saltó, al parecer, la legalidad.

Pero, en todo caso, espero que la cosa se solucione sin que lleguemos a las manos (a las manos que manejan las máquinas de derribo). Porque, si eso ocurriera, sería una vergüenza, no ya para esta ciudad, sino para este país, que ya tiene tantas cosas de las que avergonzarse.





Democracias y cigarrillos

2 01 2011

Acabo de encender un cigarrillo. Sí. Por si alguien se asombra de que lo confiese, voy a volver a escribirlo con claridad: ACABO DE ENCENDER UN CIGARRILLO. Lo he hecho aprovechando que no estoy en un bar, que no tengo ningún hospital a menos de cincuenta metros y que tengo que cruzar una carretera de cuatro carriles para llegar al parque más cercano. Acabo de encender un cigarrillo y mi intención es combinarlo con un café mientras escribo esta entrada.

Ayer tarde escuché en la radio las declaraciones de una representante de las asociaciones de no fumadores (creo que se trataba de Raquel Fernández Megina, pero no estoy seguro; iba en coche y no me dio tiempo de anotar el nombre). Decía estar muy contenta, porque se trataba de un triunfo para la democracia. Según ella, como el 70 por ciento de los españoles no son fumadores, se había impuesto la decisión de la mayoría, lo cual, al parecer, es «un triunfo de la democracia». No sé qué entiende esta señora por democracia, porque no lo dijo. Pero, de sus palabras, infiero que, para ella, el único requisito para que exista la democracia es que se imponga el criterio de la mayoría. No habló de responsabilidades y libertades individuales. Solo habló de mayorías.

Por supuesto, sería complicado ponerse a explicarle que existe una cosa que se llama respeto a las minorías, que existe otra que se llama libertad de elección (según la cual un individuo adulto puede tener derecho incluso a matarse lentamente, si le apetece), que el Estado no puede convertirse en un papá sobreprotector que me diga continuamente lo que he de hacer, pensar y apetecer. Y, eso de partida, sería una pérdida de tiempo contarle que existimos fumadores (muchos, si no la mayoría) que siempre hemos pedido permiso para fumar cuando estábamos entre no fumadores, porque somos personas educadas y no obligamos a los demás a que les guste lo que nos gusta a nosotros (cosa que no ocurre con quienes nos agobian con su música, sus voladores que señalan goles,  sus bubucelas y sus comentarios idiotas sobre la Princesa del Pueblo). Tampoco perderé un segundo en explicarle que el Partido Nacional Socialista (igual que otros de corte autoritario) fue también votado por esa mayoría sagrada cuya existencia es, según ella, único requisito para la existencia de «la democracia», como si se pudiera resumir algo tan complejo como la democracia en un simple porcentaje.

Explicarle que los fumadores hace años que gozamos de nuestro ocio encerrados en cubículos (esas zonas acondicionadas que, por cierto,  en el caso de establecimientos privados, supusieron hace algún tiempo gravosísimos gastos para los pequeños y medianos empresarios que hubieron de costearlos) sería una tontería. Explicarle que lo que ella llama democracia es, más bien, la imposición de un lobby (no creo que todo no-fumador esté en guerra contra los fumadores; no creo que ese 70 por ciento esté dispuesto a imponer por la fuerza sus preferencias) tampoco sería algo muy práctico.

Porque con un intolerante no hay quien razone. Así que no me molestaré en dirigirme a esta señora para hacerle enmiendas a su particular lección acerca de la democracia. Me conformaré con fumar en casa (no le he pedido permiso a mi gato, pero siempre me ha tolerado cordialmente, igual que yo tolero sus maullidos y que me destroce el sofá). Me acostumbraré (a todo se acostumbra uno) a vivir con un poquito menos de libertad. Total, me han quitado tanta que algo tan baladí como no poder fumar un cigarrillo en un parque, ya no importa.

El español del futuro, eso sí, será, es de suponer, más civilizado. Continuará consumiendo cocaína, conduciendo a lo bestia,  obligando a los demás a escuchar la música que le gusta a él, defraudando al fisco, pensando que las mujeres son inferiores a los hombres, enseñando a sus hijos que es mejor conseguir un buen enchufe que trabajar y que sus ídolos deben ser futbolistas y no científicos, que con una hostia a tiempo se solucionan mejor las cosas que mediante el diálogo y empecinado en cumplir él mismo con aquel consejo de Francisco Franco de que «no nos metamos en política». Pero entre todas estas malas costumbres, faltará una: no fumará y eso le hará (por lo visto) más democrático.

Se me va acabando el cigarrillo que encendí. Casi me he terminado el café. Me parece que voy a terminar esta entrada, a cargar un disco en el reproductor de DVD y a ver una vieja versión de Estudio 1 de Un enemigo del pueblo, de Ibsen, en la que José Bodalo dice con aquella voz maravillosa que tenía: «La masa no es el pueblo. La masa es la materia bruta que hay que transformar en pueblo».  Desde ayer por la tarde, no paro de repetirme esa frase. Quien no conozca la obra y consulte Wikipedia de forma apresurada, podría pensar que esa obra trata sobre un médico que defiende la salud pública; pero se equivocará: trata sobre un hombre que defiende la verdad, en contra de la opinión de una mayoría manipulada. Sí: Estudio 1, Pepe Bódalo, Ibsen. Y, a lo mejor, mientras la veo, fumaré algún otro cigarrillo al tiempo que mi gato  destroza el sofá. Yo soy así, me gustan las cosas que huelen a rancio: los cigarrillos, los buenos actores, Ibsen, la libertad.