[Si quieres escuchar el podcast de La Buena Letra y La Butaca, solo has de hacer clic aquí]
… oh no no seremos nosotros los que mueran. Seréis vosotros.
Seréis vosotros sí vosotros que nos llamáis a la batalla vosotros que nos incitáis contra nosotros mismos vosotros que hacéis que un zapatero mate a otro zapatero vosotros que hacéis que un trabajador mate a otro trabajador y que hacéis que un ser humano que solo quiere vivir mate a otro ser humano que solo quiere vivir. Recordad esto. Recordad bien esto vosotros los que hacéis planes para la guerra. Recordad esto vosotros los patriotas vosotros los feroces vosotros los sembradores de odio los inventores de consignas.
El timbre de un teléfono hace despertar a Joe Bonham a una espantosa resaca. Nadie descuelga el maldito aparato, que suena y suena durante toda la noche. Pero él no puede responder, porque está cansado y tiene la cabeza loca. «Podrían meterle el aparato entero por la oreja y ni siquiera se enteraría. Debió de haber bebido dinamita». Poco a poco, Joe se va dando cuenta de que los timbrazos solo en el interior de su cabeza: es el recuerdo del timbre del teléfono que tiempo atrás le anunció la muerte de su padre. De haber estado sonando realmente un teléfono cerca de él, no hubiese podido oírlo. Porque él carece ya de oídos. Tampoco tiene boca, ojos o nariz. Ha perdido, además, todas las extremidades. Porque es 1918 y, en algún lugar de Francia, un obús ha reducido a Joe Bonham a un tronco con cerebro. Artificialmente, tubos y sondas y cuidados diarios mantienen la vida vegetativa de este despojo al que ha sido reducido Joe. Pero, trágicamente, su mente aún funciona, es consciente y carece de estímulos sensoriales, salvo los provenientes del tacto en la poca piel que el obús dejó intacta.
Este es el planteamiento de Johnny Got his Gun, de Dalton Trumbo, traducido en su momento como Johnny cogió su fusil y que ahora, por aquellas cosas de la distribución para Hispanoamérica, Navona nos trae editado como Johnny empuñó su fusil. Lo coja, lo empuñe o lo agarre, lo cierto es que da igual, porque la historia de ese chico de Colorado emigrado a Los Ángeles, reclutado a los 19 años para ir a la Gran Guerra y terriblemente mutilado por la explosión de un obús, es la base de una novela fascinante de esas que se convierten en inolvidables. Una novela que se convirtió en una novela de culto y en uno de los más tremendos alegatos antibelicistas y que incluso inspiró una canción de Metallica, One, incluida en su mítico … And Justice for All. Pero que es muchísimo más que eso.
Joe es mantenido con vida en lo que se supone es un hospital militar, y quienes le cuidan no saben, al parecer, que su mente consciente ha sobrevivido. Digo “se supone” y digo “al parecer” porque la novela, pese a estar contada en tercera persona, está absolutamente focalizada en el protagonista: transcurre absolutamente en su mente.
Así, en el despertar terrible tras la explosión del obús, el lector va a hacer con Joe un doble recorrido: hacia el pasado, a través de sus recuerdos y sus sueños (en los que se nos cuentan su infancia y juventud, sus amores y relaciones familiares, sus experiencias laborales y bélicas) y hacia el exterior, intentando medir el paso del tiempo y comunicarse con quienes le están cuidando, para explicarles que los movimientos de su cabeza no son meros espasmos, sino actos deliberados de un hombre consciente.
Por supuesto, es una novela angustiosa, pero también terriblemente bella, en por su escritura y su composición, por el modo en que maneja tiempos y temas, por la cruel exactitud con la que recorre la psique del protagonista en un recorrido por la amplia variedad experiencias humanas, contraponiendo a las situaciones más duras el recuerdo de momentos de inusitada ternura, en los que una caña de pescar, un huerto o una madre recitando un poema navideño son símbolos de un mundo en el que no son necesarios los fusiles, la patria o los héroes.
Y todo esto con dos constantes de estilo: la primera, el léxico utilizado es el de un chico de diecinueve años, un chico de pueblo que luego ha trabajado en la gran ciudad en una panadería industrial y que, por tanto, pese a poseer una fina sensibilidad no es una persona muy cultivada. La segunda, el paso cada vez más progresivo desde la tercera persona al monólogo interior, captando el flujo interno de la conciencia del personaje. Para esto, Dalton Trumbo se sirve de hábiles herramientas, como el uso del diálogo indirecto libre o la ausencia de comas.
Dalton Trumbo (1905–1976) publicó Johnny empuñó su fusil en 1939. Con mucha puntería, porque poco después comenzó la Segunda Guerra Mundial. Volvería a publicarla en 1959, cuando ya era uno de los represalidos de la Caza de Brujas del senador Joseph McCarthy. Y de nuevo en 1970, justo antes del estreno de la película, que él mismo dirigió y que en 1971 obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes.
Trumbo tuvo una larga y fructífera carrera como guionista. En los cuarenta, fue autor de guiones exitosos, como Treinta segundos sobre Tokio, pero en 1947 fue llamado por el Comité de Actividades Norteamericanas y fue uno de los Diez de Hollywood. Tras once meses en prisión se exilió a México. Y, desde allí, continuó escribiendo guiones con seudónimo, circunstancia de la que se aprovecharon muchos. Curiosamente, aunque tenía que ocultar su nombre, en esta época ganó dos oscars: uno por Vacaciones en Roma (le había cubierto Ian McLellan Hunter) y otro por El Bravo, que había firmado como Robert Rich.
Volvió a firmar con su nombre a partir de 1960, cuando escribió Espartaco (basada en la novela de otro represaliado, Howard Fast). Y luego escribiría algunos otros guiones interesantes, como los de Papillon y Acción ejecutiva.
Póstumamente, se publicaría otra novela suya, La noche del Uro, que también resultó polémica, porque cuenta en primera persona la vida de un criminal de guerra nazi, algo que solo haría, muchos años después, Jonathan Littell en Las benévolas.
Muy interesante, si te interesa saber más sobre su vida y su obra, es un documental de Peter Askin, titulado Trumbo y la lista negra. Como tampoco hay que perderse esta maravilla que nos trae Navona, muy bien traducida, por cierto, por José Luis Piquero: Johnny empuñó su fusil, Barcelona, Navona, 271 páginas, una novela de culto para la que no pasan los años.