Félix Albo: la sencillez aparente

30 09 2011

No soy crítico teatral (líbreme el cielo o quien pueda librarme), pero cuando vivo una experiencia interesante, tengo la manía de contarla. Y los noventa minutos que pasé ayer disfrutando de Las cuatro esquinas merecen una entrada de blog.

 

Félix Albo pasa con cierta frecuencia por las Islas y yo procuro no perderme nunca una actuación suya. Lo he escuchado en Agüimes, en la Biblioteca Insular, por las calles de Vegueta, solo o junto con otros narradores orales excelentes. Y, entre lo bueno, Albo siempre ha sido de lo mejor. Aparentemente, es un treintañero bonachón con una hermosa voz que cuenta con mucha sencillez. Pero uno ha aprendido (acaso a fuerza de batacazos) que cuando alguna forma de expresión parece sencilla es porque hay un arduo trabajo detrás. Cualquiera que haya asistido a una contada de este alicantino, sabrá que Albo no tarda más de treinta segundos en ganarse la simpatía y la complicidad del público, al cual lleva enseguida de la mano, introduciéndolo en historias que lo harán llorar de risa o reflexionar, midiendo perfectamente los tiempos, hablando en ocasiones con mucha rapidez sin que te pierdas en ningún instante, con una gestualidad tan natural que absolutamente todo lo que hace parece improvisado. No se le nota jamás el esfuerzo: parece que estás en tu casa, con un amigo ingenioso que sabe expresar mejor que tú cómo es el mundo utilizando eso que en la era del simulacro menospreciamos tanto y que nos resulta imprescindible: la palabra.

En Las cuatro esquinas, Félix Albo hace eso y algo más, porque se trata de hora y media (que se te va como si fuera media hora) de contrastes entre la hilaridad, la ternura, la mirada a los excluidos del discurso y la reflexión sobre el país en el que nos educamos. Siempre en clave de comedia, con una irreverencia que no tiene nada de forzada ni de chascarrillo fácil, acudiendo al constante juego de palabras y de conceptos, apelando a los sobreentendidos y a la propia experiencia del espectador, preparando perfectamente innumerables gags que jamás se cierran en falso.

En estos días se representa entre nosotros, con dirección y producción canarias: el ubicuo e incansable Severiano García y la productora Unahoramenos han hecho un trabajo impecable presentando esta propuesta a partir de la ya exitosa versión estrenada en su momento en el Teatro Cervantes de Alcalá.

Argumentalmente, la obra tiene dos partes muy diferenciadas. En la primera se nos cuenta la infancia del protagonista, a través de los recuerdos de ese niño, criado en reformatorios, que va cerrando los lados de un cuadrilátero que dará como resultado Las cuatro esquinas, cada uno de ellos formado por un ser humano: dos compañeros de internado (Sánchez y «El Badajo»), un amor de infancia (Mari Cruz) y él mismo. En la segunda, ese mismo niño, ahora adulto, vive una aventura en un pueblo de Soria con costumbres y paisanaje muy peculiares.

En ambas partes, predomina el humor; aunque, como decía Monterroso, el humor es una máscara, y Albo lo utiliza para hacer que nos internemos aspectos de la realidad que preferimos no ver u olvidar que hemos visto, quizá porque resulta más cómodo hacerlo.

Así que ayer, en el Teatro Guiniguada, gracias a Las cuatro esquinas, aparte de desternillarme, aprendí o recordé muchas cosas; algunas tan fútiles como útiles (por ejemplo, que uno siempre pierde algo cuando entra en un coche de la Guardia Civil o que es peligroso mezclar el alcohol y la medicación); otras tan imprescindibles como que el amor y la amistad pueden ser los únicos bienes cuya conservación merece un esfuerzo.  Son verdades aparentemente sencillas, pero, en ocasiones, uno las olvida, por lo cual conviene que alguien te lo recuerde, preferentemente, haciéndote reír mientras lo hace.

 





La memoria en donde no arderá

28 09 2011

Sí, la comunicación, la red, la eficiencia, la comodidad, las indudables ventajas. Pero, cuando mueras, ¿quién actualizará tu perfil de Facebook? ¿Quién leerá esos correos electrónicos que aún seguirán llegándote durante un tiempo? ¿Y qué será de los otros, de todos esos correos intercambiados con amigos y enemigos, con amantes o aspirantes a serlo, con compañeros de trabajo o cómplices en conspiraciones sociopolíticas? ¿Quién recordará el PIN de tu teléfono móvil, cuyo número será borrado de las agendas de los de tus amigos, para dejar espacio libre en la memoria? ¿Qué ocurrirá con el SMS en el que esa persona te decía que te echaba de menos? ¿Y qué será de tus listas de reproducción, de la colección de cine y música que has ido atesorando en el disco duro de tu ordenador, de las fotografías que señalaban los momentos felices? ¿Qué se hará con tus últimos textos, tus últimos borradores, los artículos que dejarás a medias cuando te alcance la siempre inesperada mano de la muerte? Ya no quedará atrás un cajón con manuscritos, una caja de zapatos con cartas de amor, un álbum de fotos, una colección de discos o de películas en vídeo o deuvedé.

Es triste pensarlo, pero hay que pensarlo: nuestra memoria será una larga secuencia en código binario que flotará en las redes como un arca cerrada a la espera de que alguien averigüe una contraseña.





Vuelta al cole

26 09 2011

Repasando el historial, constato avergonzado que últimamente Ceremonias es un blog hambriento, casi famélico. En mi descargo, he de decir que estas últimas semanas han sido de trabajo intenso y bastante concentrado. Por un lado, como casi siempre por estas fechas, estuve encerrado acabando libro. Por otro, preparando la programación de esta temporada para el Laboratorio Creativo Anroart (la apertura de matrícula es inminente y este año el Laboratorio dará algunas sorpresas, así que si quieres ser de los primeros en enterarse, te recomiendo que te agregues como seguidor del blog).

Pero este paréntesis de trabajo silencioso toca a su fin, porque, hablando de temporadas que comienzan, ha regresado La buena letra, ese microespacio de Ser Canarias en el que recomendamos semanalmente un libro. Ahora se emite los viernes, en Hoy por Hoy,  pero, como siempre, en los últimos quince minutos del programa y, también como siempre, con la gran Eva Marrero, a quien he perseguido gustoso por toda la parrilla, escandalizándola con novelas de sexo y violencia o confundiéndola con autores de nombre impronunciable.

Y sí, ahora toca volver a las rutinas agradables, a los encuentros con amigos, a la aparición de nuevos trabajos, que habrá que ir leyendo para no quedarse atrás en el conocimiento de eso que llamamos nuestra actualidad literaria.

Por lo pronto, han visto la luz ya Biografía reciclada de Manolito el Camborio, de Cristo Hernández y Murmullo de hojarasca, de José Luis Correa, los primeros títulos de la colección G21, que Ánghel Morales, desde Aguere-Idea, ha puesto en pie a partir de la antología epónima.

 

Portada de Generación 21: nuevos novelistas canarios

Por cierto, nuestra Dirty Dozen viaja esta semana a Madrid casi al completo, para hacer una presentación en el Ateneo Literario, este viernes 30, a las 20:00 horas. Así que si estás en la capital del Reino esta semana, no dejes de pasarte por allá. Las presentaciones de esa antología tienen garantizada, como mínimo, la amenidad.

Dije «casi al completo» porque, precisamente yo me quedo en el Archipiélago. No, no me han castigado. Me quedo porque conmigo y Ánghel hacemos trece y no seré yo quien gafe la puesta de largo nacional. Además, hay otro lanzamiento que no quiero perderme: el de la nueva novela de Antonio Lozano, La sombra del minotauro, la nueva aventura de José García Gago, a quien echábamos de menos en el Noir isleño desde Preludio para una muerte. Ya hablaré en extenso sobre ella, pero te adelanto que García Gago no viaja esta vez al Sudeste, sino que se queda en Las Palmas de Gran Canaria, un laberinto perfecto para que se meta en un berenjenal de los que nos gustan a los escépticos de la corrección política.

También acaba de aparecer El fondo de los charcos de Javier Hernández Velázquez,  una historia no menos laberíntica que además viaja en el tiempo entre la actualidad y el Golpe Militar de 1936 (sí, ese que llamaron «Alzamiento», que falló en un primer momento y dio paso a la Guerra Civil). Por ello no será raro que te suene el título, ya que evoca unos versos de Domingo López Torres, uno de los poetas más interesantes y, creo, el más joven de la Facción Surrealista tinerfeña. Era tan brillante que los mediocres se aseguraron de que no llegara a cumplir los treinta. La presentación oficial de El fondo de los charcos será el 14 de octubre en el MAC de Santa Cruz de Tenerife.

Y, por último, un soplo solo para ti, una verdadera primicia: Carlos Álvarez (sí, el guionista de Mararía, el codirector de Ciudadano Negrín, el autor de La pluma del arcángel), vuelve al género negro (fue uno de los primeros en transitarlo entre nosotros, con Negra hora menos, un interesante e inencontrable volumen de relatos breves) con una novela rápida, brutal y sorprendente: Si le digo, le engaño. 100 kilos para salir de la crisis, la cual se encuentra ahora mismo en proceso de edición.

Como puedes ver, este blog ha permanecido en silencio, pero, al parecer, es lo único que ha permanecido en silencio. Habrá que desperezarse, salir a la calle, ir a la librería, buscar una buena terraza para comenzar a leer estos libros que pintan tan bien y tomar después la palabra…

 

 

 





Pretérito des-perfecto

8 09 2011

 

(coescrito con Thalía Rodríguez)

Le gustaba saltarse los discos en rojo.





Del tamaño de las banderas

8 09 2011

No es que el país no esté en los mapas, pero nadie puede negar que, comparado con otros, es indudablemente pequeño. Por ello, las autoridades deciden alzar sobre el suelo patrio una bandera enorme, tan grande como el propio país. Una vez izada, la gigantesca enseña ya no enseña, sino oculta, lo cubre absolutamente todo con monotonía inmisericorde. El ordinario desarrollo de la vida comunitaria se ve alterado. El tupido tejido, tintado de colores sólidos, impide el paso de la luz del sol, la llegada de la lluvia, el habitual recorrido de los vientos. Como los aviones no pueden despegar ni aterrizar, como los barcos no pueden zarpar ni arribar, como las ondas de radio y telefonía no pueden atravesar la plúmbea masa textil, la comunicación con el exterior se paraliza.  Geógrafos y aviadores muestran su confusión: el país ha dejado de divisarse desde el cielo; en su lugar hay solo una bandera. Debe de haber sucedido algo terrible, un cataclismo, un adelanto del Apocalipsis. A la espera de nuevas informaciones, se considera seriamente la posibilidad de borrar al país de mapas y cartas de navegación. Al fin y al cabo, ninguno de sus habitantes puede haber sobrevivido: nadie podría respirar bajo algo tan asfixiante.





Lagartos de Teneguía

1 09 2011

Para el comando de Casa Celeste

Su ingenuidad casi despierta mi ternura. Vienen (como vienen tantos otros) a disfrutar del paisaje de malpaís, a ascender al territorio imposible creado por la erupción, a llenarse los ojos de viento, de luz, de colores que van desde el amarillo más amarillo al negro más negro. Pero antes (seguramente cuando llegan en su coche alquilado ya han estado en otros lugares hermosos de la isla), deciden salirse del camino, hacerse un hueco en el círculo de rocas y comer el bocadillo antes de iniciar el ascenso. Una guía turística, que regresa al autocar con su grupo de la excursión al volcán, les advierte: no deben hacerlo, es peligroso; ellos no hacen caso (nunca hacen caso) porque son jóvenes y están bien informados y reciclan y no comen atún de lata y conocen la forma de no representar un peligro para la naturaleza: son de la capital, el mundo es hermoso y seguro porque han logrado arañar unos días para tomarse unos días de descanso y venir a recorrer la telaraña innumerable de las sendas de la isla.

Así que abren su nevera portátil, sacan sus bocadillos, sus cervezas, su fruta; comienzan a consumirlos mientras recuerdan lo que han hecho ya en esos días y planean lo que van a hacer por la tarde, cuando desciendan de esa montaña a la que no saben que no llegarán a ascender, porque nosotros nos hemos reunido ya, bajo las rocas que hay a su lado y hemos trazado una estrategia. Como casi siempre, me toca salir el primero. Lo hago por su izquierda y me aproximo al círculo donde están cayendo las migas. La primera en verme es una chica de pelo negro que abre mucho sus ojos negros y avisa a los demás de mi presencia. Los otros admiran mis colores, se asombran primero (y se ríen después) de mi absoluta falta de timidez, de cómo me acerco a la reunión y empiezo a atrapar, aquí y allá, las migas. Nunca han visto un lagarto tan descarado. Normalmente, para ellos, somos una aparición fugaz, una sombra que se oculta entre las matas o bajo las piedras en cuanto se adivina la cercanía humana. Pero yo muestro sin rubor ni temor este cuerpo pardo y enteco, esta cabecita de un azul irisado, el muñón de la cola amputada en lance reciente. El primer paso ya ha está dado. Han centrado su atención en mí. Por supuesto, aunque a la chica de pelo negro le dé asco, explican que soy totalmente inofensivo, que el lagarto come esto y aquello y que no hace aquesto y lo otro y lo de más allá, como cuenta uno de ellos, el que ha sacado su cámara de fotos. El que está a su lado, desoyendo los consejos de dos de las chicas, arranca migas de pan y me las tiende. Algunos de los otros han ido surgiendo ya a mis espaldas. Los excursionistas lo constatan y ven con alborozo cómo se acercan también. No saben lo que ocurre a sus espaldas. No saben que dentro de un instante, cuando estemos seguros de que ya no podrán escapar, les demostraremos que no están en la capital, que este es nuestro territorio. No saben que el autocar ya se ha ido, que los cuatro o cinco extranjeros (ellos sí respetaron el camino; ellos no se pararon aquí a comer su bocadillo y beber su cerveza) han iniciado ya el ascenso y no podrán oír sus gritos.