Sueño de otro hombre

29 11 2008

 

Soñé que yo era el sueño de otro hombre que se soñaba a sí mismo siendo el sueño de otro hombre.





Televidencias

26 11 2008

Ella lo abandonó un viernes. Él se pasó el fin de semana ante el televisor. El lunes decidió que debía salir de casa y bajó a comprar la prensa en el quiosco de enfrente. Y así fue como ocurrió la desgracia. No es cierto que se cruzara intencionadamente en la trayectoria del camión. Simplemente pasó que, al verlo venir, se quedó parado buscando junto a sí el mando a distancia.





Lugares comunes: Al principio

26 11 2008

Anzuelos, patadas en la cara, trampas mortales, escotes sugerentes que te obligan a querer ver más. Son los comienzos. Quien golpea antes, golpea dos veces. La historia de la literatura está llena de buenos primeros golpes. Para empezar, el título de esta entrada, Al principio, es el comienzo de un libro de libros, la Biblia. Sabes que tengo de cristiano lo que un numerario del Opus de progresista, pero nunca he dejado de ser un lector fascinado (aunque laico) de ese libro.

Hay muchos comienzos, tantos como libros. Incluso hay comienzos magníficos de libros que luego no están tan bien ejecutados. También hay libros estupendos que no empiezan tan bien (Ulises, de James Joyce, pido perdón a los puristas, es un ejemplo de ello). Sin embargo, nunca ha dejado de impresionarme la habilidad de quien logra sumergirnos en la trama desde las primeras líneas. Aquí van algunos ejemplos elegidos casi al azar. Seguro que conoces la mayoría. En caso contrario, dime si resistirás la tentación de zambullirte en esos textos tras leer estos arranques. Me salto algunos eminentes, como El Quijote, e incluyo indistintamente cuentos, novelas y ensayos. Ahí van:

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un horrible insecto.

Franz Kafka. La metamorfosis.

Desde detrás de la hilera de arbustos que rodeaba el manantial, Popeye contempló al hombre que bebía. Una senda apenas marcada llevaba desde el camino hasta el manantial. Popeye había visto cómo el forastero –delgado y alto, sin sombrero, con unos gastados pantalones grises de franela y una chaqueta de tweed cruzada sobre el brazo- avanzaba por la senda y se arrodillaba a beber.

William Faulkner. Santuario.

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra.

Jorge Luis Borges. Las ruinas circulares.   

Estaba casado con una mujer lo arbitrariamente hermosa para que, a pesar de su juventud insultante, fuera superior a su juventud su hermosura. Ella se masturbaba cotidianamente sobre él, mientras besaba el retrato de un muchacho de suave bigote oscuro.

Agustín Espinosa. Crimen.

Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar el dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta de que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, ningún carro celular en las esquinas próximas, acercarse con indiferencia y nunca mirar los grafitti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote enseguida.

Julio Cortázar. Grafitti.

La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores.

Virginia Woolf. La señora Dalloway.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en su padre lo llevó a conocer el hielo.

Gabriel García Márquez. Cien años de soledad.

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio.

Albert Camus. Lo absurdo y el suicidio.

En la ciudad había dos mudos, y siempre estaban juntos. Cada mañana a primera hora salían de la casa en que vivían y, cogidos del brazo, bajaban por la calle en dirección al trabajo. Los dos amigos eran muy diferentes.

Carson McCullers. El corazón es un cazador solitario.

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo.

Juan Rulfo. Pedro Páramo.

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en ves de destruirlos o embotarlos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno.

Edgar Allan Poe. El corazón delator.

Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca. Me dijeron su nombre, el auténtico, y también algunos de los nombres falsos que había usado a lo largo de su vida secreta…

Antonio Muñoz Molina. Beltenebros.

Hace una quincena o un mes que mi mujer de ahora eligió vivir en otro país. No hubo reproches ni quejas. Ella es dueña de su estómago y de su vagina.

Juan Carlos Onetti. Cuando ya no importe.

Esta carta, amiga mía, será muy larga. He leído con frecuencia que las palabras traicionan al pensamiento, pero me parece que las palabras escritas lo traicionan todavía más.

Marguerite Yourcenar. Alexis, o el Tratado del inútil combate.

Hasta aquí. El resto en tu biblioteca. Esto no es más que el principio.





Sólo los muertos

21 11 2008

Ahora sí. Ya ha salido Sólo los muertos, otro asunto turbio para Eladio Monroy. Eladio sigue tan recalcitrante como siempre, si no más. Esta vez le encargan localizar a un directivo de una multinacional farmacéutica que presuntamente se ha llevado secretos de la empresa. Pero, como suele ocurrirle a este hombre, lo que parece sencillo se complica en un santiamén y el personal empieza a morir en circunstancias extrañas a su alrededor.

Como en el caso de Tres funerales para Eladio Monroy, edita Anroart y el diseño es del mago Montecruz.

La presentación es el lunes 24 de noviembre (dentro de cuatro días), a las ocho de la tarde en Ámbito Cultural de El Corte Inglés (séptima planta, donde antes estaba, paradójicamente, la sección de Oportunidades) y me voy a dar el lujazo de poder sentarme junto a Antonio Lozano, excelente escritor y mejor persona.  

Pasaremos lista. Si no vas, puede que al día siguiente te visite un tipo calvo con una letra K tatuada en el antebrazo, para hacerte una oferta que no podrás rechazar. Así que tú verás lo que haces, pero yo, en tu lugar, no me lo perdería.





Sobre «Bauer: Memoria de la nada»

20 11 2008

 

Sabido es que Ernesto Bauer Mendieta odiaba las autobiografías. Le parecían abominables porque, según él, nadie era sincero y exacto con respecto a su vida o se arriesgaba a aburrir soberanamente al lector. “En ninguno de los dos casos –escribió- estoy dispuesto a gastar ni un solo minuto del tiempo que generalmente dedico a leer, comer, beber o fornicar”.

No obstante, acuciado por las deudas, él mismo sucumbió en cierta ocasión a la tentación de firmar un contrato con la editorial Gayarde, especializada en este género. Hoy, en sus diarios, publicados póstumamente, podemos comprobar la lucha interna entre el espíritu de Bauer y su estómago, en el transcurso de la cual, a lo largo del plazo fijado, ganó siempre el primero hasta la víspera misma del día de entrega. Sin embargo, Ezequiel Gayarde tuvo el manuscrito sobre su mesa a la mañana siguiente. El libro, pasadas las habituales pruebas, salió al mercado justamente dos meses después, con el título de Bauer: Memoria de la nada.

Aquella edición, igual que las posteriores (tengo sobre mi escritorio una reciente), constaba, con total fidelidad al manuscrito, de doscientas páginas en blanco, con una sola excepción: la página 101, en medio de la cual aparecía el siguiente texto:

Vale por una autobiografía sincera.

Gayarde, gesto que le honra, renunció a demandarlo. Los críticos, sin embargo, aún escriben sobre Bauer con cierto rencor. Cosas del desconcierto, supongo.

  





Tatuaje

18 11 2008

Se tatuó un espejo en el rostro. Ahora nadie lo mira directamente a la cara.





Preferida

18 11 2008

Le gusta que la prefieran. Y realmente es la preferida de todos los hombres. Hasta que llega el amanecer. Entonces prefieren volver con sus parejas.





Corazón

18 11 2008

A los quince años le dijo que su corazón sería siempre para ella. No imaginó el accidente, ni la casualidad de su afección cardiaca, ni la operación exitosa cuando llevaban dos décadas sin saber el uno del otro.





Jardín

18 11 2008

En su tercer encuentro, ella, aún entre las sábanas, le confesó que en su pecho comenzaba a crecer un jardín de sentimientos de los cuales él era el causante. Le preguntó si estaría dispuesto a cuidar de ese jardín. Él contestó que sí. Se excusó un momento, volvió a ponerse su ropa interior y fue al balcón. No recordaba si había dejado allí sus tijeras de podar.





Fábula un poco larga

16 11 2008

Una vez hubo un perro caniche que deseaba ser un chacal. Durante años aulló tras las dunas, yendo de un lado a otro, intentando asustar a los mercaderes cuyas caravanas pernoctaban en su travesía del desierto. Los mercaderes, por supuesto, no se inmutaban por el aullido de un animal tan gracioso e inofensivo. Todo lo más, le ofrecían un trozo de carne sobrante o una galletita de perro. El caniche, no sin decepción, las aceptaba rastrero, agradeciéndolas con meneos de rabo y lameteo de botas.

Cansado de que no se le diese la dignidad que él consideraba debida, el caniche reunió a todos los chacales y dio un discurso sobre la necesidad histórica de que los transeúntes del desierto les temieran, y protegieran de ellos a sus bestias y a sus hijos pequeños. Los chacales, según él, habían sido despreciados por todos desde la noche de los tiempos y había llegado el momento de que todos los chacales de aquel desierto se unieran de una vez por todas. Subrayó aquella última frase con dos ladriditos que sonaron a signos de exclamación y la arenga cobró cierto aire de verosimilitud.

Los chacales (unos cuarenta) se encogieron de lomos, se miraron indiferentes y dijeron que a ellos les parecía que los humanos ya les temían lo suficiente, pero que si él consideraba que realmente no lo hacían, por algo sería. Curiosamente, nadie se cuestionó si el caniche era verdaderamente un chacal o un mero perrito. Simplemente, ya que como chacal hablaba, supusieron que chacal debía de ser. Así, el caniche quedó unido a la manada. Pero los mercaderes continuaron riéndose mucho y ofreciéndole chucherías cuando lo veían aullando al frente de la manada. A los chacales, al verlos reír, les resultó muy razonable lo que el caniche había dicho acerca del poco respeto que los mercaderes les tenían. Y coincidiendo con esa opinión, el caniche les arengó nuevamente: era la inferioridad numérica lo que causaba la indiferencia humana ante sus peligrosas fauces. Tenían que incluir a más chacales en la manada. No obstante, no conocía más chacales que aquellos cuarenta. Así que  recorrió todo el desierto convenciendo a otros animales para que se unieran a ellos, como chacales de pleno derecho. Nada le importó que algunos no fueran, no ya cánidos, sino ni siquiera mamíferos. Consiguió reunir a un centenar de secuaces para, según declaró, matar de espanto a los mercaderes.

Los mercaderes creyeron morir, pero no de espanto, sino de risa, cuando una noche vieron llegar a una nutrida y heterogénea manada, compuesta indistintamente por chacales, perritos de la pradera, escorpiones, buitres, y reptiles de las más variadas formas, tamaños y colores, al frente de la cual estaba aquel simpático caniche. Divertidos, les arrojaron las sobras de su comida, las cuales los animales devoraron, ahora hambrientos, ya que no había manera de organizar a aquel grupo para cazar. Tres verdaderos chacales se quejaron:

-Antes podíamos cazar –protestó el más viejo-. Ahora mendigamos.

-Y todo porque hemos incluido en la manada a animales que no son chacales –dijo el más joven.

-Lo importante es el número –repuso el caniche en la asamblea-. Aún no son chacales, pero ya lo serán.

Los tres chacales no creyeron posible que aquello fuera a suceder. Abandonaron la supuesta manada. El caniche, indignado, les declaró públicamente traidores y fueron declarados no-chacales por todo el desierto.

Hoy, los tres chacales disidentes cazan con toda tranquilidad, sin preguntarse si los mercaderes les temen o no. Simplemente, hacen aquello que saben hacer.

En cambio, la manada heterogénea aún limosnea sus sobras. Los mercaderes se lo pasan muy bien con ellos. Temen como al diablo a esos tres chacales solitarios que depredan a sus camellos y sus corderos. Pero les llama mucho la atención el pequeño caniche, a quien consideran su aliado.