Sueños y ensoñaciones de una dama de Heian

23 08 2012

Sueños y ensoñaciones de una dama de Heian, de la Dama Sarashina (Trad. de Akiko Imoto y Carlos Rubio), Atalanta, 165 páginas.

Hay que imaginarse a una niña criada en un ambiente tan rústico como el de la provincia de Kazusa y a quien, sin saber cómo ni por qué, le dio por conocer a toda costa todas las historias que circulaban por el mundo.

Así comienza Sueños y ensoñaciones de una dama de Heian, el título de la primera traducción al castellano del Sarashina Nikki (o Diario de Sarashina), las memorias de una mujer anónima que vivió en Japón en el Siglo XI, hacia el final de periodo Heian. La época en que Heian-Kyo, la actual Kioto, era la capital del imperio abarca desde el 708 hasta el 1185 según el calendario occidental, y está marcada por la influencia de la lengua y las estructuras burocráticas chinas, la introducción del budismo y el florecimiento del arte y la literatura.

En los últimos años de ese periodo brillan especialmente los textos escritos por mujeres pertenecientes a la nobleza de tercer o cuarto rango, en su mayoría damas de corte, que escriben utilizando el diario (nikki) o la novela (monogatori). De todos los monogatori, el más famoso es Genji Monogatori, la Novela de Genji, escrita por Murasaki Shikibu, que con su 46 libros no solo fue el libro más popular de su época sino que, en la actualidad, es uno de los grandes clásicos de la literatura universal, comparado por Octavio Paz o por Borges con El Quijote y sobre el cual opinó Marguerite Yourcenar que no se había escrito “nada mejor en ninguna literatura”.

Pero, para el lector de nuestro ámbito, resulta una introducción adecuada leer primero este Sueños y ensoñaciones de una dama de Heian, esta obra breve, amena, sencilla y, sobre todo, bella, que le acercará a la forma de vivir y, sobre todo, de sentir y pensar el mundo de una mujer en el Japón medieval. Probablemente, el lector acabe descubriendo que, más allá del modelo de sociedad en el que la Dama Sarashina vivía, no estamos hoy tan alejados de ella como podría parecer.

El diario de Sarashina Shikibu no es estrictamente un diario, sino unas memorias escritas en su mediana edad, que recuerdan los momentos más importantes de su vida, intercalando, además, 89 poemas que datan, en su mayoría, de sus años de juventud.

Al comienzo del libro hay un viaje: el que la protagonista hace con su padre a la corte, siendo niña. Luego seremos testigos de su adolescencia, marcada por la fascinación por la literatura; de su matrimonio; de su entrada en el palacio, al servicio de la emperatriz; de sus viajes con su marido, nombrado gobernador en una provincia lejana; de sus peregrinaciones a diferentes lugares sagrados del budismo. Página a página, sin aspavientos, con serena celeridad, la narradora crece, madura y va enfrentándose con dulce estoicismo a las cosas de la vida, las buenas y las malas.

Así, con sencillez, con brevedad, asistimos a los momentos cruciales de la vida de esta mujer sensible e inteligente, que debió de ser un perfecto exponente de las mujeres de su tiempo. El resto de lo que sabemos de la Dama Sarashina (llamada así porque en algún momento debió de vivir en esa comarca), lo sabemos por el propio libro, traducido al castellano como Sueños y ensoñaciones de una dama de Heian. En mi opinión, el título es bastante desafortunado. Sin embargo, es la única mácula en una edición que es, por lo demás, impecable. Está traducida por Akiko Imoto y Carlos Rubio y, además de una introducción estupenda de este último, contiene notas al pie, (que llevan de la mano al lector por la época y sus costumbres), tablas cronológicas y árboles genealógicos, útiles para la ampliación de conocimientos sobre ese periodo.

Esta joyita tiene solo 165 páginas (contando 45 de la introducción) y resulta una obra perfecta tanto para quienes quieran introducirse en la rica tradición de la literatura japonesa clásica como para aquellos que, simplemente, busquen un buen libro para hacerse acompañar por él en estos largos días de agosto.





Los hijos de los días en estos días

17 08 2012

Una confesión: amo los textos de Eduardo Galeano. Sí, ese señor de quien alguien te envía textos sin haberlo leído y a quien la gente cita aún sin saber que esas citas son suyas –porque es breve y citable y sus microtextos mueven al espíritu y al intelecto en pocas y muy bien escogidas palabras–. Ese señor nació en Montevideo en 1940 y tiene una obra ingente en la que la minificción convive con el ensayo, con el testimonio y el libro de entrevistas. Galeano –a través de libros como Las venas abiertas de América Latina, Memoria del fuego, El Libro de los Abrazos, Vagamundo y Patas arriba, la escuela del mundo al revés– apela a la sabiduría arcana de pueblos que perecieron, a la denominada memoria chica y a la anécdota, el envés de la Historia (esa que se escribe con mayúsculas) para pergeñar sus historias que convocan la ternura, el asombro, la ironía, la sonrisa (esa sonrisa pesimista y sabia de la hiena, que sabe perfectamente quiénes son los depredadores y los depredados) o la risa (esa risa franca de los justos, que saben de qué lado está la razón). Leyendo a Galeano no es difícil descubrir que la ignominia y la opresión no tienen por qué ser ley de vida; que otro mundo es realmente posible si comenzamos por descubrir dónde están aquellas, cuáles son los sutiles mecanismos que las hacen actuar con eficacia diaria y aún con la inconsciente colaboración del oprimido.

Los detractores de Galeano sostienen que siempre apela a un mismo esquema formal, que siempre hace lo mismo. Nadie lo niega. Siempre hace lo mismo. Pero siempre lo hace de manera distinta, convirtiendo cada uno de sus libros en un caudal de ideas y emociones que se mueven en torno a un mismo y preciso asunto: el ser humano.

Los hijos de los días, de Eduardo Galeano, Barcelona, Siglo XXI, 430 páginas.

Por eso sus seguidores no se sentirán defraudados con su obra más reciente, Los hijos de los días, un libro almanaque formado por 366 textos, cada uno de ellos correspondiente a un día de un año bisiesto, efemérides que cuentan historias sobre la Historia o sobre esa memoria chica, esos episodios pequeños y olvidados, pero reveladores de las desigualdades, de la injusticia y de la posibilidad de revertir ese orden de cosas.

Se trata de textos brevísimos -ninguno tiene más de una página- que se beben como agua y que están escritos con la elegancia, la sencillez, la ironía y la inteligencia a los que Galeano nos tiene acostumbrados.

Ejemplo:

Abril

21

El indignado

Ocurrió en España, en un pueblo de La Rioja, en el anochecer de hoy del año 2011, durante la procesión de la Semana Santa.

Una multitud acompañaba, callada, el paso de Jesucristo y los soldados romanos que lo iban castigando a latigazos.

Y una voz rompió el silencio.

Montado en los hombros de su padre, Marcos Rabasco gritó al azotado:

—¡Defiéndete! ¡Defiéndete!

Marcos tenía dos años, cuatro meses y veintiún días de edad.

 Otro:

Mayo

23

La fabricación del poder

En 1937 murió John D. Rockefeller, dueño del mundo, rey del petróleo, fundador de la Standard Oil Company.

Había vivido casi un siglo.

En la autopsia no se encontró ningún escrúpulo.

Esto, más o menos, es lo que encontrarás en este libro que responde a esas marcas de fábrica habituales de Galeano: concisión, paradoja, desacralización, lucidez y humor (a veces bastante negro) y, sobre todo, denuncia y confianza en que otro mundo es posible. Y es que, quizá, Los hijos de los días es un libro escrito para estos días, precisamente para estos, tú ya sabes por qué.