De un lugar llamado Bárbara

15 01 2009

Tengo delante Cuentos del Bárbara Bar, de Eduardo González Ascanio (Las Palmas de Gran Canaria, Domibari Ediciones, 2008). Como punto de partida, un aviso para navegantes: no me atrevo a calificar formalmente este libro. En principio podría parecer un libro de cuentos. Teóricamente se trata de historias independientes que comienzan y terminan entre uno y otro epígrafe. Pero no estoy seguro de que esos epígrafes señalen el comienzo de un cuento o, por el contrario, el comienzo de un capítulo. Me ocurre exactamente igual con otros libros, tan dispares como Crimen, de Agustín Espinosa, Crónicas marcianas, de Ray Bradbury o El candor del padre Brown, de G. K. Chesterton, en los que, lo que parecerían cuentos, se hallan tan íntimamente imbricados en una trama, un ambiente o unas peripecias comunes que uno tiene la sensación de que su lectura independiente les haría perder algo (o mucho) de su belleza original.

En cuanto al tema o los temas que trata esta novela o este libro de cuentos, ya habrás adivinado por el título que vas a encontrarte con un universo de personajes de muy diversa índole que coinciden en un bar. Abundarán estafadoras y estafadores, policías corruptos, ladrones y solitarios sin nombre, que, sin embargo, irán contando sus vidas, a veces en servilletas guardadas celosamente por el propietario del bar y gracias a las cuales, conoceremos ciertas historias marginales o el reverso de algunas de las centrales en el argumento. Cada uno de esos personajes tiene una historia que contar, un momento en especial que le hizo merecedor de que alguien se fijara en ella y se tomase el trabajo de escribirla, si no se trató del mismo protagonista. Esas historias, a veces contadas a través de una simple conversación que es poco más que un cuchicheo, se cruzan, se separan, corren en paralelo a las de otros, pero con frecuencia acaban convergiendo en torno a uno o dos personajes fundamentales que iremos conociendo más de cerca sólo hacia el final del libro y que no acabaremos jamás de conocer del todo. Y esos, para el resto de los personajes, son conocidos de todos los días, pero también son una leyenda, cuyo reverso humano no iremos descubriendo hasta esas últimas páginas. Sobre esos dos personajes no te desvelaré nada, pero son verdaderos filones narrativos, a quienes sorprendemos en el último cuento (o capítulo) en un momento fundamental, tanto para sus propias vidas como para la historia reciente de este país, tan lleno de bares a cuyo calor transcurren tantas anónimas biografías.

Cuentos del Bárbara Bar atrapa sin que te des cuenta. González Ascanio lo consigue con esas artes de los buenos hacedores de historias, que, cuando ya llevamos un buen número de páginas recorridas, nos descubren sin rubor que nos han tendido una trampa desde la primera, en este caso, con una frase contundente y enigmática, digna de E. M. Cioran: “¡Cada hombre es una secta!”; una trampa que, como una corriente marina, nos llevará a través de un océano hasta un momento que, personalmente (quizá porque sucede en un taxi y uno no puede dejar de recordar Noche en la tierra) a mí me evocó lo mejor del cine de Jim Jarmusch. Ese océano que es Cuentos del Bárbara Bar, está salpicado de islas en las que hay recuerdos dolorosos y esperanzas, erotismo no convencional y sentimentalismo sin complejos ni cursilería, gargantas con arena y olor a cenicero y cerveza derramada, traiciones razonables y lealtades absurdas, hules pegajosos por el ectoplasma de la grasa y mujeres maltratadas por la vida que despiertan la impotente obsesión de hombres solitarios por quienes tal vez se dejen amar.

Mientras lo leía pensaba con frecuencia en Onetti, amigo de la deconstrucción de los tópicos, de la indagación en los sótanos de las pasiones humanas, de la frase lacerante y las situaciones sin salida. Creo que a él le habría agradado Cuentos del Bárbara Bar.