La cabeza de Villa, de Pedro Salmerón

31 08 2013

Tengo ante mí La cabeza de Villa. Nótense las cursivas, porque no quiero que la Policía Científica se presente de golpe en mi casa: me refiero a la novela que, con ese título, el historiador mexicano Pedro Salmerón publicó este año en México y que ojalá no tarde en editarse en España.

La cabeza de Villa, de Pedro Salmerón, México, Ed. Planeta, 2013, 248 páginas.

La cabeza de Villa, de Pedro Salmerón, México, Ed. Planeta, 2013, 248 páginas.

Un buen título para una buena novela. Acaso el mejor, porque la cabeza de Villa es el objeto mágico que origina y arrastra el argumento central, que podría resumirse de la siguiente manera: en febrero de 1925, alguien profana la tumba del mítico Pancho Villa y roba su cabeza. El general Lorenzo Ávalos Puente, Dorado, y uno de los oficiales que lo acompañaron en su última cabalgada, decide salir de sus diez años de retiro (esos que lo han oxidado entre el alcohol, la holgazanería y las putas) y volver a cabalgar en busca de la cabeza, de los culpables de la ofensa y, por supuesto, de la venganza. Los sospechosos son tantos como enemigos tuvo Villa (que tuvo muchos), pero todo apunta a que han sido los federales quienes han perpetrado esta ofensa al recuerdo del general, en un intento de humillar a los ya humillados revolucionarios.

En su pesquisa, en ese largo y trepidante viaje por el México inmediatamente anterior a la Guerra Cristera, Ávalos irá encontrándose o reencontrándose con viejos amigos y enemigos y conocerá nuevas realidades que son giros de otras ya conocidas: el desencanto de los oficiales revolucionarios, de los campesinos que jamás obtuvieron la tierra o la obtuvieron pero siguen a merced de los terratenientes reconvertidos en intermediarios, la aparición de los movimientos socialistas y comunistas, y, sobre todo, la constatación de que las innumerables muertes de la revolución no sirvieron para cambiar el estado de cosas, sino solo los rostros de los tiranos. Pero ese viaje al México de 1925, es también un viaje al pasado, a la memoria del veterano revolucionario que se despertará a cada paso, contando al lector neófito, a ese que solo sabe de aquellos hechos lo que le han contado los corridos y el cine norteamericano, en qué consistió realmente la Revolución Mexicana.

No es Lorenzo Ávalos el protagonista absoluto de La cabeza de Villa. Cada una de las tres partes en que la novela se divide (y que marcan su itinerario desde el desierto al D. F. y, de ahí, al Golfo), está preludiada por el sueño premonitorio de una mujer, María Eugenia, quien antes que Ávalos ha hecho ya ese viaje por la historia y la geografía de ese país caleidoscópico donde se solapan realidades imposibles de aprehender. María Eugenia ha pasado desde las casas oligarcas a los núcleos de la izquierda (donde ha encontrado además, el camino de una nueva revolución, la sexual), tras recorrer los prostíbulos, los centros urbanos y rurales, los salones del poder y los cenáculos artísticos, guiada por su sensualidad y su corazón. María Eugenia sabe desde un principio que acabará encontrándose con Lorenzo Ávalos y que el guerrero ha emprendido el camino hacia un último encuentro con la muerte.

Así compone Salmerón esta novela en la que hay Historia, aventuras, violencia, política, humor y erotismo. Este último no es un ingrediente más o una nota de color. Por supuesto, contiene numerosos pasajes dignos de ser leídos con una sola mano, pero más allá de esa habitual inclusión, una esencial carnalidad recorre el libro desde la primera hasta la última página.

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Mientras leía La cabeza de Villa (memoria de lector, ya se sabe), saltaban aquí y allá mis recuerdos de otras lecturas sobre México, especialmente los cuentos de Rulfo (Rulfo es siempre inevitable) y las novelas de Paco Ignacio Taibo II y Jorge Ibargüengoitia (si algún día alguien en este bendito país reedita Los relámpagos de agosto no pierdas ocasión de devorarla). Me agradó comprobar, gracias a la nota final, que no me había equivocado, al menos en estas últimas influencias, que el propio autor reconoce. Pero también hay otras fuentes importantes de las que surge este libro: Nikolai Ostrovski o el propio John Reed (el Juanito Reed que vivió la Revolución Mexicana como un preludio a la Revolución Rusa, aquel de quien mi generación tuvo conocimiento gracias a aquella película de Warren Beatty que hablaba de Rojos).

john reed

Con unas buenas fuentes, se puede escribir una buena novela. También una muy mala. En los últimos tiempos, me caen en las manos (y rápidamente se me caen de ellas) muchas novelas que indagan en la Historia con prometedores planteamientos estropeados por un afán de dar continuos giros cinematográficos que los empuja a la inverosimilitud; buenas historias asesinadas por prosas lamentables, personajes mal construidos y diálogos absolutamente imposibles.

No es el caso. De hecho, sorprende muy gratamente la destreza narrativa de Pedro Salmerón, sobre todo tras conocer el dato de que La cabeza de Villa es su primera obra de ficción, porque la novela se bebe como agua, con delectación e interés, con cariño hacia sus personajes, con complicidad y sorpresa constantes, con ese placer que nos daban antes las buenas novelas de aventuras, aquellas que nos hacían constatar con pena que nos quedaban pocas páginas para concluirlas, porque deseábamos que no se acabaran nunca.


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