¿Recuerdas aquella canción de Serrat en la que hablaba de tipos que se tiran de los pelos pero para no ensuciar van a cagar a casa de otra gente y juegan con cosas que no tienen repuesto? Yo no paro de acordarme de ella en estos últimos tiempos y, hoy mismo, tras conocer que el Gobierno ha autorizado finalmente las prospecciones frente a las Islas Orientales, me considero incapaz de quitármela de la cabeza.
Ya sé que la estrategia de la prensa adepta ha sido pintar este asunto como una guerra entre la Administración Central y la Autonómica o, incluso, como un enfrentamiento personal entre Paulino Rivero y José Manuel Soria. No niego que esa animadversión exista, pero poco o nada tiene que ver con el hecho de que estas prospecciones son un peligro medioambiental en una zona tan deprimida que ya casi solo cuenta como recurso con el medio ambiente. Porque, aparte del Gobierno de Canarias y de los cabildos y municipios de las islas más afectadas, hay un sinfín de organizaciones no gubernamentales que rechazan frontalmente las prospecciones.
Por supuesto, la propaganda funciona. Los voceros (directamente pagados o económicamente interesados) de la compañía petrolífera y del entorno del ministro hace tanto tiempo que cruzaron la línea que separa el disparate del sentido común que ya esta casi no se ve. Entre otros, hay algunos singularmente falaces. Por ejemplo: si España no explota esos recursos, Marruecos lo hará. Uno podría hacer una sencilla analogía: si mi vecino acumula basuras en su azotea, la solución no es que yo organice también un vertedero en la mía, pero vayamos a la realidad. Para empezar, los sondeos marroquíes se hacen en la plataforma continental, que no es la misma que aquella donde se harán las prospecciones de Repsol. Además de a la realidad geológica, los partidarios de ese argumento tienen que enfrentarse al hecho de que las diferentes empresas interesadas en esa zona, han ido desistiendo debido a la baja calidad del crudo.
Otro argumento, bastante espurio, es que, en el actual contexto de crisis, España necesita esos recursos. Ese no estaría mal, si no fuera porque la concesión se hace a una empresa privada que pondrá el posible crudo en el mercado internacional. Con esto, por cierto, se cae la analogía de quienes no paran de citar el caso de los Fiordos: las explotaciones noruegas son de titularidad pública. Una variante de ese argumento es que las prospecciones animarán el mercado laboral. Tengo muy oído eso, siempre en boca de alguien que deseaba lucrarse a costa del medio ambiente, normalmente caciquillos locales que pretendían instalar miles de camas hoteleras en paraísos naturales. Recuerdo, concretamente, el asunto de El Cotillo. En todo caso, aceptándolo, habría que compararlos con las cifras y datos reales que la propia empresa ha ido poniendo sobre el papel desde que comenzó su campaña, los cuales han ido menguando conforme se acercaban a la consecución del permiso gubernamental.
Un último ejemplo de argumento, cuanto menos, preocupante, este bastante gracioso: no pasará nada y, si pasa, todos los protocolos de seguridad funcionarán y, si no funcionan, Repsol pagará. Esto tiene varias partes, por supuesto. En cuanto a que no pase nada, el informe de la propia compañía reconoce la existencia de riesgo. Y sobre cómo funcionan los protocolos en España ante este tipo de contingencias, no solo tenemos la tragedia del Prestige, sino un caso muy reciente de absoluta ineficacia ante un vertido relativamente pequeño en aguas de Arinaga. Y sí, en último término, Repsol pagará: según el acuerdo, deberá depositar sesenta millones de euros. No sé si esa cantidad es suficiente o no, pero, en caso de un vertido, ¿de qué va a servir todo el dinero de Repsol? ¿Tiene el dinero de Repsol la milagrosa cualidad de resucitar a los ejemplares de especies únicas que podrían morir?
Dejo aquí el argumentario de los defensores de las prospecciones. No toco las ideas más ridículas, como la ocurrencia de un edil conejero que sostenía que el pichi es fácil limpiarlo, porque flota y no se mezcla con el agua, y que remataba la faena añadiendo que, en todo caso, un vertido proporcionaría empleo a muchos parados que podrían trabajar en las labores de limpieza. Ni las más retorcidas, como el recurso de que los aviones que traen a nuestros turistas necesitan petróleo (supongo que quien la aportó organiza una matanza en el salón de su casa cada vez que quiere cenar unas chuletas). Ni las más claramente falsas, como la de que habrá regalías para Canarias, bulo directamente propagado por el ministro, para estupor del propio presidente de Repsol.
Simplemente, te invito a considerar el siguiente punto: ¿qué interés pueden tener las organizaciones no gubernamentales en rechazar las prospecciones petrolíferas? Sus advertencias sobre el impacto medioambiental de las prospecciones (y aun de los propios sondeos, en una zona cercana a las rutas de cetáceos) no tienen que ver con ninguna adversidad política ni con la captación de votos. Ni siquiera están pagadas por ninguna empresa o compañía transnacional que tenga intereses económicos en la zona. ¿No será más bien que obedecen a la prudencia y al sentido común?
En mi humilde opinión (hoy más humilde que nunca, porque no soy biólogo, ni geólogo, aunque sí que soy un ciudadano con derecho a tenerla), Repsol y el Ministerio de Industria están jugando a la ruleta rusa haciendo una apuesta económica muy baja, sobre todo porque la cabeza contra la que apuntan no es suya.
¿Qué podemos hacer? Parece que muy poco, aunque siempre nos queda ejercer ese poder que nos otorga la única condición que a las empresas del IBEX les interesa: la de consumidores. Yo no tengo coche, pero tú, si lo tienes, podrías pensar en ello la próxima vez que te toque repostar. O cuando te preguntes dónde quieres guardar tus ahorros. A un capitalista que no respeta el medio ambiente (que no es de nadie y, por tanto, es de todos) y no te respeta a ti como ciudadano, solo puedes atacarle de una manera: negándote a darle tu dinero, convertirlo en algo personal.