Cuentos para los malos tiempos

3 01 2010

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Para seguir con el espíritu navideño de estos días (yo prometí a alguien ser bueno y recomendar libros amables para estos días, a ver si así parece que me porto bien, ahora que vienen los Reyes), hoy nos vamos a Nueva York. Pero al Nueva York de finales del siglo XIX, porque lo que te traigo hoy es Cuentos de Nueva York, de O’ Henry, editados por Espasa en su mítica colección Austral. Son cuentos protagonizados por gente muy humilde, en general bastante pobre, de esa ciudad enorme y repleta de inmigrantes de diferentes culturas. En general, esos personajes se enfrentarán a grandes paradojas, normalmente relacionadas por el conflicto entre la pobreza y la consecución de la felicidad. Tú ya sabes que los únicos que piensan que el dinero no da la felicidad son los que lo tienen. Sin embargo, estos personajes, pese a su pobreza, se las ingenian para llegar siempre a buen puerto y en todos los cuentos acaba por salir el lado más noble y bueno  del ser humano. Como en el relato con el que comienza el volumen, titulado El regalo de los reyes magos, y que es también uno de los más célebres de O’Henry. Trata sobre una joven esposa que está empeñada en hacerle un regalo digno a su marido, una cadenita para su reloj. Pero ella no ha podido ahorrar el dinero suficiente. Lo único que le queda por vender es su hermosa cabellera, que muy bien servirá para hacer pelucas. No te cuento más, porque es una historia con sorpresa, como casi todas las del libro. Porque O’Henry es un maestro de la sorpresa, del desenlace inesperado. También lo es del humor. Su ironía a veces ralla en el sarcasmo. Pero el resultado es siempre optimista, esperanzador: a sus cuentos siempre subyace una fe a prueba de bomba en la condición humana.

O’Henry se llamaba en realidad William Sydney Porter y era un empleado de banca que tuvo que huir a México tras haber hecho un desfalco. Dejó en Estados Unidos a su hija y a su mujer. Pero, cuando esta enfermó, volvió para verla antes de su fallecimiento, fue detenido y condenado a prisión. Fue ahí, en la cárcel, donde empezó a escribir cuentos que publicaba en la prensa, para ganar dinero que enviar a su hija. Cuando salió a la calle se encontró con que era uno de los escritores más leídos del momento. Sus cuentos estaban de moda y la gente se volvía loca por sus libros. Sin embargo, no tuvo un final feliz. Pese al éxito, el alcohol y su mala administración hicieron que muriera en la indigencia antes de cumplir los cincuenta. Según la leyenda, cuando falleció, en 1910, tenía en los bolsillos sólo 23 centavos. Como ves, la vida de O’Henry ya es ella misma una novela.

Aunque fue uno de los escritores más célebres de su época, en España le conocemos poco y en Canarias menos. Sus cuentos, como ya te he comentado, están protagonizados por gente humilde y sencilla que busca soluciones a sus problemas y logra, pese a la precariedad económica, ser feliz. Quizá este tiempo de crisis sea buen momento para sumergirse en este universo narrativo del que uno sale siempre ganando una sonrisa.

Eso sí, esta semana vienen los Reyes y yo ya dejaré de portarme bien. Así que la semana que viene, prometo volver a provocar y a traerte sexo y violencia.

Cuentos de Nueva York, de O’Henry, Madrid, Espasa, 228 páginas.


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4 responses

10 01 2010
VALK

Decía Einstein que las crisis agudizaban la imaginación y la razón es obvia, ya que lo estamos viviendo.
No conozco ni al autor ni a la obra, pero discrepo contigo en la frase (literal) : «Tú ya sabes que los únicos que piensan que el dinero no da la felicidad son los que lo tienen».
Mira, tal vez no te interese lo más mínimo mi experencia y mi opinión, pero deseo contartela porque sé que es la excepción a tu regla.
Esta noche, hace un ratito, Rafa y yo estábamos tumbados en el sofá de casa. En mi regazo, su cabeza subía y bajaba al ritmo de mi relajada respiración, podía notar sobre la piel de su cara los latidos que bombeaban mi pecho imitando a un baile de amantes, a un vals sobre el lago, un velón de cuatro velas iluminaba el salón con esa luz tan especial que ofrecen las velas (como ahora), escuchábamos a Sabina (como ahora lo escucho yo sola). Yo acariciaba su brazo, su pecho, su rostro, ese rostro al que tanto amo; miraba a mi alrededor y me llenaba del suspiro de la Felicidad, cuando disfrutaba mirando nuestro estilo de decoración hippy, el calor de nuestros gatitos, echados alrededor nuestro y al calorcito de la estufa, súmale a todo ésto algún tipo de estupefaciente (lo mismo dá una copa de vino, un canutito que un Bayleis ¿se escribe así?). Lo cierto es que como en otras muchas ocasiones, agradecí esta Felicidad, y pensé lo que otras tantas, ¿y si no hubiera sofá, ni Sabina, ni velas, ni estufa, sentiría esa Felicidad?, y Sí, la sentiría igual, es más, ya la he sentido (eso sí, algún gatito ha de estar junto a mí). Me invadía La Felicidad, aúnque la cuenta del banco esté en negativo , pero No así Mi Vida. Ésta continúa en positivo, y así seguirá estando mientras tenga lo más importante, a Mi Amado, junto al cual, únicamente, mi Esencia se hace visible, junto al cual nada me falta, aunque tuviera absolutamente nada, me basta sólo con Él.
La Felicidad existe aún cuando no tengas dinero, o cuando el que tienes no te alcanza para llegar a mediados de mes. Existe, y lo dice alguien que económicamente no está bien, pero que nunca (y no por ello) ha echado en falta el sentimiento de La Felicidad, a pesar de pasar y haber pasado por duras crisis, también de otro tipo diferente al económico. Ese estallido atómico que crea una lluvia de estrellitas plateadas dentro del hueco del esternón. Esa es La Felicidad. Sentir al Ser Amado sobre tu regazo.
Cuando se quedó dormido mecido por los vaivenes de mi pecho, y sentí su respiración sosegada, continué acariciándole, besé su coronilla y le escribí con mi voz sobre su oido un Te Amo (como mil veces hago y hace cada día) y suspiró, oprimió con dulzura y deseo mi muslo izquierdo con la mano que descansaba sobre el mismo, y sonrío, luego siguió durmiendo, tranquilamente, sin sobresaltos, con la sonrisa dibujada en su rostro, sabiendo que sobre mi regazo se hallaba seguro, lejos de todo mal, de todo problema ficticio que nos impone esta sucia sociedad. No necesita más, ni tampoco yo.
El 28 de este mes haremos viviendo juntos 9 años, y nos parece que fué ayer. Por eso, que más dá si mi techo es de cemento o es de cielo, de madera o de cartón, que más dá, si lo puedo compartir con Rafa, con el Ser al que Amo. Somos Amos de la noche, de las estrellas, del Sol, de la Luz, no necesitamos nada más. Siempre habrá un manzano con un par de manzanas que se multiplicarán para todos aquéllos que como nosotros aún creemos que La Felicidad no está en tener, sino en Ser, y tener a tu la al Amor.
Cualquiera que lea ésto, pensará que no es verdad, que es novelesco. Yo sólo os digo que, casi siempre, la realidad supera la ficción. Me dá igual que lo crean o no, al fin y al cabo el sentimiento es mío y de mi pareja, y somos yo y mi pareja quienes lo disfrutamos, os parezca real o no.
Bueno, me voy a leer un ratito, y acompañar a Rafa a la camita, que me vine a pasear un ratito por aquí, por La´Intrehné, mientras lo dejé mimiendo en el sofá.
¡Uf, qué bien me siento después de haber compartido este sentimiento, el de esta noche, contigo y con alguno de tus lectores!
Gracias por prestarme este cachito de papel electrónico. Bye.

12 01 2010
Ricardo Curbelo

Sé que esta no es la entrada adecuada para colgar el comentario que sigue más abajo pero el «apartado» adecuado «Obras» está un poquillo parao ¿no?… está colgao ahí solillo y me dió como penilla y tal.

Bueno, ahí va y sepan disculparme los otros comentaristas:

Hace mucho tiempo ya y casi no recuerdo qué libro fue devorado por última vez de una sentada. Fue de adolescente que es cuando uno suele cometer excesos y atrocidades. Me ha vuelto a ocurrir con Tres Funerales… Ayudado por un insomnio cuasi voluntario di carpetazo en cuatro horas y pico a una lectura que se me resistía desde que compré el ejemplar, calentito, presa de un ataque de gilipollez –así me presentaste a una amiga tuya en la cola del baño un trasnoche en el Madrid: “Fulanita, mira: otro gilipollas que compra mis libros.” La jembra mía lo leyó y me aconsejó que no tardara en leerlo, que valía la pena. Así lo hice tras salir indemne de un viaje al Amazonas con Javier Reverte (él por poco no lo cuenta).

En una ocasión oí decir a un autor de lo tuyo que no le parecía un halago tales demostraciones de literofagia (el palabro es mío)… que prefería una lectura sosegada y estudiada, repasando fragmentos. No sé qué pensarás tú, amigo Alersi. Pero fue como un revolcón en carnavales; un rapidito; aquí te pillo aquí te mato; unas caladitas al mey; un trallazo de última hora… ¿me explico? Y lo digo yo que estoy retirao de todo menos del curro.

Un abrazo.

13 01 2010
Alexis Ravelo

Muchas gracias, Ricardo. La verdad es que, en estos tiempos en los que uno se encuentra con libros y más libros aburridos, que te digan eso sobre uno tuyo es una alegría. Las lecturas sutiles deberían venir después. La literatura es, en primera lectura, amenidad. Así que te agradezco esa opinión, que recibo como un elogio. Un fuerte abrazo.

13 01 2010
Ricardo Curbelo

Dos cosas:

1º Lamento ese «dió», gazapo sin duda atribuible a un error informático en virtud del famoso adagio de la presocrática filósofa Ana Rosa que reza: Errare cibernautas est. Por otro lado, de todos es conocido que dió es grande.

2º Por supuesto: es un elogio amigo mío… y como la Fiesta de la Rama, del Pino y del Charco juntas.

3º Tras un paréntesis Monroyesco (seguro que cae otro de viajes) me tomaré un Sólo los Muertos a sorbitos… pa no entullirme.

(Todo el mundo sabe que una cosa es una cosa y que dos cosas son tres).

Otro abrazo.

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