El hombre que me regaló África

11 02 2019

Ocurrió en la BCNegra de 2010 o 2011. O acaso en una edición anterior. Allí estábamos, en el cóctel de bienvenida, José Luis Correa y yo con José Luis Ibáñez, que iba a presentarnos al día siguiente. Escritores ultraperiféricos, disfrutábamos del hecho de poder codearnos con autores de prestigio internacional. Correa tenía más experiencia pero para mí era la primera vez. De pronto, vimos a Petros Márkaris e hicimos lo que habría hecho cualquier otro fan: corrimos hacia él y le pedimos sacarnos una foto. Accedió enseguida, con esa amable seriedad tan suya. Cuando ya finalizaba el asalto, le contamos en mal inglés que nosotros éramos escritores canarios, esperando tener que explicar a continuación dónde estaban las Canarias. Pero Márkaris, inmediatamente, preguntó de qué isla y cuando le respondimos que de Gran Canaria, su cara se iluminó y nos dijo que, por favor, no olvidáramos darle recuerdos suyos a Antonio Lozano. Nosotros, que pensábamos que un escritor griego no tendría ni idea de qué eran las Islas Canarias ni de dónde quedaban, desconocíamos que hacía ya años él había estado en Agüimes, invitado por Antonio Lozano. Creo que esa anécdota muestra alguna de las cualidades de Antonio: ponía sitios en el mapa, conectaba personas y lugares que quizá se habrían ignorado mutuamente de no ser por él.

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Había nacido en Tánger, pero fue en Agüimes donde decidió quedarse. Y eso fue un regalo para Agüimes, para Gran Canaria, para Canarias en su conjunto y puede que hasta para todo el país, porque supo hacer de ese municipio punto de conexión y encuentro entre Europa, América y África mediante dos eventos anuales imprescindibles.

Cuando conocí a Antonio Lozano (debió de ser en 2006) yo ya conocía su fama de concejal, activista y gestor cultural en el municipio de Agüimes, como hombre inteligente y bueno. Y el hombre era igual a su fama. Desde entonces, Antonio ha sido para mí lo que, supongo, para todos: una sonrisa constante, una generosa hospitalidad, una inteligencia que te ayuda a replantearte esas que tú creías verdades y que no eran más que creencias.

El oficio nos hizo compartir muchas mesas de conferencias y un buen puñado de aviones. A veces solos, a veces con otros compañeros, como Correa. Pero siempre gozando, al menos por mi parte, de la compañía de un buen amigo que había visto mucho mundo y, lo que es más importante, lo había mirado bien y sabía acercarte a realidades ajenas a la tuya, desde convicciones firmes pero con un espíritu de tolerancia del que raras veces he sido testigo.

Su obra literaria también es así. Desde su inicio, con Harraga (cuyo protagonista era un joven marroquí que se veía involucrado con las mafias de la inmigración ilegal) hasta su título más reciente, una novela sobre Nelson Mandela especialmente dedicada a los jóvenes, no ha cesado de hacernos reflexionar sobre realidades que sentimos ajenas cuando en realidad las tenemos tan cerca. De ello dan cuenta Donde mueren los ríos, El caso Sankara, Un largo sueño en Tánger o la también juvenil Me llamo Suleiman, tan importante que dio pie a una exitosa adaptación teatral y hoy se estudia en las aulas para centrar el debate en torno a la tolerancia y el diálogo intercultural. Mención aparte merecen sus novelas policiacas, protagonizadas por el detective José García Gago y ambientadas en Gran Canaria: Preludio para una muerte y La sombra del Minotauro.

Pero, aparte de su obra literaria, aparte de su gestión cultural, para mí Antonio es el hombre que me regaló África, que me enseñó que (como dice Ángeles Jurado), África no es un país y me descubrió su amplia y variada riqueza cultural. Desde cosas tan tontas como su receta para el cuscús a las literaturas de Moussa Konaté, Ken Bugul o Yasmina Khadra, que él me mencionó antes de que aquí lo conociera casi nadie. Todo eso, toda esa apertura en la mirada, habré de agradecérselo siempre.

Como suele decirse cuando muere un buen escritor (como yo mismo he dicho) nos quedan sus libros. Pero para mí (para sus amigos) no es suficiente. Voy a echar mucho de menos a Antonio. Que nos llamemos de vez en cuando, que nos critiquemos mutuamente los textos, que nos recomendemos libros, que quedemos a cada momento para un cuscús o un codillo que al final solo podíamos compartir una, acaso dos veces al año, que ocupemos los asientos de emergencia del Binter para sentarnos frente a frente o buscar hueco en una feria del libro o un festival para ir a comer solos y hablar sobre lo humano y lo divino. Y sé que lo voy a añorar todavía más en estos tiempos de griteríos y frentismos, de dogmatismos irreductibles y empobrecimiento del discurso, en los que tanto necesitamos a personas como él, que sabía hacernos mirar hacia las cosas importantes, que sabía hacernos volver a creer que otro mundo es posible.


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3 responses

11 02 2019
Ángeles Jurado

Un beso grande. No es suficiente. Lo suscribo.

11 02 2019
ataytana

No recordaba que era él el autor de El caso Sankara. Por lo que dices, está claro que a veces se cumple aquello de que «solo se van los buenos», y lo sentimos así porque son ellos los que dejan ausencias.
(Esperando tu próxima novela estamos, …al acecho, como depredadores).
Un abrazo, genio.

12 02 2019
pepelleo

Gracias Alexis.Por ayudarnos a entender algo este mundo.

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