Los papeles de Aspern: para una tarde de otoño

28 09 2015

Si eres de los asiduos a este blog sabrás que siento debilidad por los rescates que hace Navona. Desde hace unos meses ha puesto en marcha una colección, Los Ineludibles, en la cual aparecen novelas cortas de esas que uno desea tener siempre cerca, releer y volver a ellas constantemente o regalar a los amigos a los que quiere, ya sea porque se trata de clásicos (La muerte en Venecia, de Thomas Mann), de joyas olvidadas (Golowin, de Jacob Wassermann o El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle) o de exquisiteces más recientes (Salvar a Mozart, de Raphaël Jerusalmy).

Los papeles de Aspern, de Henry James, Barcelona, Navona, 174 páginas.

Los papeles de Aspern, de Henry James, Barcelona, Navona, 174 páginas.

En esa colección ha aparecido recientemente Los papeles de Aspern, uno de mis textos preferidos de Henry James. Hace poco, un novelista de valía mencionó este lanzamiento, por desgracia, para referirse más a su primera novela y a lo miopes que fueron los críticos que obviaron su influencia (ciertamente lo fueron) que a la historia de la búsqueda de los papeles de Jeffrey Aspern en el palazzo de las Bordereau en Venecia, lo cual me parece una oportunidad perdida, porque bien hubiese podido aprovechar que goza de un amplio auditorio para contribuir a la popularización del inolvidable texto de James.

Yo, que tengo menos valía, te ahorraré el cuento de cómo me ha influido esta novela. No obstante, no puedo olvidar cómo la primera vez que me encontré con ella supuso un deslumbramiento. Fue en una edición bastante pobre, compartiendo un volumen de bolsillo con Daisy Miller, otra novela de James sobre estadounidenses en la vieja Europa. Por supuesto, yo ya había leído a James en una no lejana adolescencia, porque, al menos en mi época, leer Otra vuelta de tuerca formaba parte de eso que se denomina ser adolescente. Pero Los papeles de Aspern, como digo, me deslumbró, descubriéndome a otro Henry James, parecido al otro, pero más sutil, más jugador con lo implícito, más sabedor de lo útil que es jugar con el fuera de campo.

Como en las mejores novelas, la anécdota es sencilla y, a su vez, abre la puerta a múltiples complejidades: un crítico, adorador del desaparecido poeta Jeffrey Aspern, llega a Venecia para intentar obtener de Juliana Bordereau (quien fuera su amante y musa), las cartas que Aspern debió de escribirle décadas antes. Ahora nonagenaria, Juliana vive a solas con su sobrina Tita, en un decadente palacio veneciano. Alejadas del mundo, las dos solteronas comparten la soledad y el decoro con el que intentan ocultar su pobreza. A ese palacio es al que llega el narrador, para ofrecerse con nombre falso como inquilino e intentar, mientras tanto, hacerse con los papeles.

Con falsa sencillez, James se mete en la piel del crítico sin nombre, pedante, interesado y esnob, para contar esta historia en la que la intriga narrativa lleva al lector desde la primera página a la última, recorriendo un amplio catálogo de miserias humanas, haciendo que uno experimente una inevitable antipatía hacia el usurpador de la intimidad de esas dos mujeres y que, finalmente, sienta una absoluta piedad por Tita, manipulada por ese impostor que utilizará flores y halagos para convencerse a sí mismo de que es algo más de lo que realmente es: un vulgar ladrón.

Cartel de la versión cinematográfica dirigida por Jordi Cadena en 1991

Cartel de la versión cinematográfica dirigida por Jordi Cadena en 1991

Henry James puede tener obras mayores (Las bostonianas o Retrato de una dama), más célebres (Otra vuelta de tuerca) o más celebradas (La copa dorada). Sin embargo, si yo hubiera de quedarme con una (solamente una) de sus novelas lo haría con Los papeles de Aspern. Por supuesto, es una elección personal. Tú ya harás la tuya, probablemente con mejores razones que las mías. Eso sí: si aún no has leído a Henry James, no se me ocurre mejor manera de empezar a hacerlo que esta edición de Los papeles de Aspern, que recupera, además, la traducción de José María Valverde. No se puede pedir más para una tarde de otoño.