El martirio del perro

11 12 2011

A mis amigos y a mí se nos ha ocurrido un nuevo deporte. Hemos tardado un poco en idearlo, pero, finalmente, creo que el resultado será divertido. Estamos preparándolo todo para la primera prueba, que será mañana. El procedimiento será el siguiente:

En un círculo de arena previamente trazado, soltaremos un perro después de hacerlo cabrear convenientemente (hemos decidido comenzar con el perro labrador de mi amigo Onésimo). Con un trozo de carne cruda en la mano, yo haré que el perro corra de un lado a otro, con el fin de cansarlo, ilusionarlo y cabrearlo aún más, todo al mismo tiempo. Eso sí, para que yo pueda reponer fuerzas (seguro que me canso antes que el chucho), Alberto y Domingo se turnarán para hacerle diferentes putadas. Alberto ha atado una navaja muy afilada a un bastón y se la clavará hasta el fondo en el lomo, con cuidado de no matarlo. Algo parecido hará Domingo, que se ha agenciado dos arpones de pesca submarina. Su idea es dejárselos clavados al bicho en puntos no vitales, pero que jodan. A todo esto, yo seguiré cansándolo y azuzándolo hasta que no pueda más. Entonces, cuando su lengua sea ya un mero trapo sucio de polvo y saliva seca, cuando esté completamente ensangrentado y no pueda hacer otra cosa que arrastrarse detrás de mí y mi trozo de carne, lo atraeré una última vez y le clavaré una espada en el cuello. Si no muere en el acto, el propio Onésimo finalizará el trabajo, hincándole un puñal en el cerebelo.

Para finalizar, tenemos previsto cortarle las orejas, el rabo y, muy probablemente, los huevos. Ya verán qué risa.

Si este primer martirio sale bien, buscaremos otros perros a los que sacrificar de este modo tan ameno y lúdico. En principio, los sacaremos de las perreras, pero también podríamos buscar ejemplares de raza, que aporten fiereza y emoción al martirio.

¿Qué les parece este juego como pasatiempo? Podemos llegar a crear incluso una cultura en torno a él. De hecho, Domingo está ya pensando en decorar su bar con fotos del martirio del perro de Onésimo, con los instrumentos con los que lo llevaremos a cabo e, incluso, con la gran cabeza del labrador, que podríamos hacer disecar y colgar sobre la gran pared donde está el botellero.

Seguro que alguien dirá que todo esto es una salvajada. Puede que lo sea, pero es un espectáculo viril, que hace honor a la bestia que todo perro lleva dentro (en el fondo, morir de viejo es una humillación para un can orgulloso) y en el cual hay mucho arte. Y, si no es así, solo tenemos que ponerlo de moda y celebrarlo durante algunos cientos de años para que la tradición lo justifique. Quién sabe, incluso algún día podría ser declarado Patrimonio Cultural o alguna cosa de esas y se podría exigir a los gobiernos que las televisiones públicas retransmitieran el espectáculo.

Si esas son las justificaciones que esgrimen los defensores de las corridas de toros, ¿por qué no van a servir para justificar el martirio del perro? Seguro que, para empezar, si ustedes son aficionados a los toros, ya contamos con su aprobación, ¿no? De hecho, a Alberto se le ha ocurrido hace un rato una idea interesante para promover la popularización de nuestra fiesta: solicitar a alguna personalidad notable que nos ceda a su perro para ajusticiarlo en alguno de nuestros eventos. Él propone empezar con el perro de Pío García-Escudero. Dice Alberto que, como él se muestra tan partidario de  las corridas de toros, también se sentirá en el deber moral de apoyar decididamente el martirio del perro. Domingo no está tan seguro de contar con ello. Yo ni siquiera sé si don Pío tiene perro.

En cuanto a Onésimo, ahora que se consumen las últimas horas de su labrador, se comporta de un modo algo extraño; lleva un buen rato sin dirigirnos la palabra y se ha sentado en un rincón con el animal, al que acaricia con un si es no es de ternura. «A mí me da que el Onésimo se nos está amariconando», acaba de decirme Alberto al oído.