¿Quién tiene derecho a leer a Rosalía?

8 01 2013

Una mujer a quien respeto y que dedica su vida al estudio de la literatura da cuenta de una polémica virtual un tanto absurda. Esta profesora de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, de origen polaco, vindicó desde su perfil en una red social la figura y la obra de Rosalía de Castro (la cual maneja, conoce y disfruta en galego original) y acabó teniendo que defenderse de una usuaria gallega (presuntamente también amante de la autora de Follas Novas) que llegó a decirle, al parecer, que, aunque la leyera en galego, «es imposible que uno que no es gallego, que no sienta la lengua gallega y no conozca el sentir gallego y no entienda el alma gallega, pueda entender todos los matices de su poesía».

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Esto me ha hecho pensar (una vez más) en aquello de lo local y lo universal, en las polémicas que durante la Segunda República tuvieron los surrealistas tinerfeños sobre el universalismo y el cosmopolitismo y en algo que me enseñaron algunos amigos mayores y más sabios cuando yo aún era joven y peinaba flequillo: hay que crear desde lo cercano para ser universal: solo lo que llega a ser universal es arte. Con el tiempo, esa idea (que es más una intuición que algo que pueda deducir lógicamente de una serie de premisas) se ha ido ampliando, conforme llegaban a mis manos textos de todas las latitudes y épocas, hasta construir esta creencia no menos intuitiva: solo el texto literario que trasciende más allá de tiempos y geografías, solo aquello que puede conmover estéticamente (en el sentido que fuere) a cualquier lector en cualquier tiempo y lugar es digno de ser llamado literatura.

Esta creencia (insisto: no es fruto de una reflexión seria, sino más bien una opinión que surge a lo largo de una larga experiencia lectora) se ve confirmada día a día, texto a texto, y choca frontalmente con aquellos y aquellas que confunden el amor a la patria (grande o chica) con el amor a la literatura.

Pero, para no apuntarnos a brutos, pongamos a prueba el argumento. Supongamos que es cierto que solo el compatriota de un autor puede entenderlo y disfrutarlo plenamente.

Se supone (desde un punto de vista kantiano) que la universalización de un argumento es una prueba de su validez. Así pues, debería poder decirse lo mismo de otras obras y autores, resultando así que solo los lectores de Jalisco pueden disfrutar a Rulfo; solo los de la Gomera pueden emocionarse con García Cabrera.

Por supuesto, está también el problema de la traducción (y este ya es problema complejo, que crea verdaderos bandos enfrentados entre traductores y que involucra nombres como el de Octavio Paz, que a mí, personalmente, me aburren nada más mencionarlos) y, qué duda cabe, un lector que la conoce, preferirá siempre disfrutar una obra en la lengua original en que fue vertida en lugar de en una traducción, por buena que fuese. Pero, en caso de no disponer de esos conocimientos, ¿debe el lector dejar de acercarse a una obra? La pregunta es seria, porque, de ser la respuesta afirmativa, un buen lector debería estar obligado a manejar a la perfección multitud de idiomas, con sus dialectos y variantes, entre los cuales se contarían, por ejemplo y para empezar, el griego clásico y el latín, el inglés, el francés, el portugués, el alemán, el ruso, el serbio, el japonés, el euskara, el catalá, el galego (ya mencionado), el chino y el sumerio, so pena de perderse a Sófocles, a Virgilio, a Shakespeare, a Stendhal, a Sa-Carneiro, a Böll, a Dostoyevski, a Pavic, a Murasaki Shikibu, a Atxaga, a Pla, a Celso Emilio Ferreiro o las deliciosas Sueño del aposento rojo y Epopeya de Gilgamesh, respectivamente. No imagino a nadie tan tolete que se arriesgue a perderse las novelas de Kadaré por no saber albanés. Así las cosas, yo pienso, con Augusto Monterroso, que siempre será preferible una mala traducción de Chejov a no leer a Chejov.

Hay algo bastante estúpido en esa idea de que solo puede disfrutar de los textos de un autor quien comparte una lengua o una geografía con él, porque quienes así piensan, al mismo tiempo que ensalzan las virtudes del autor patrio le niegan aquello que le hace grande: la universalidad. No hay más que imaginar las consecuencias de que ese criterio patriotero se impusiese: a Miguel Hernández, solo se le leería en Orihuela; a Miguel de Unamuno, en Bilbao o, como mucho, en Salamanca y, acaso, en Fuerteventura.

Pero hay algo todavía más absurdo: los lectores «dignos» de Galdós, ¿quiénes serían? ¿Los madrileños, los cántabros o los canarios? ¿Y los de Beckett, quien comenzó a escribir en inglés, luego desarrolló su obra en francés y regresó al inglés en su poesía postrera? ¿Y los de Kundera? ¿Y los de Nabokov? ¿A quién pertenece la propiedad «sentimental» de Los miserables: a los franceses o a los belgas? ¿Solo los dublineses tienen derecho a disfrutar de Joyce? ¿Los triestinos no?

En fin, el asunto da para bastante, pero el hecho de que una persona que intenta utilizar las redes para un buen fin, esto es, ensalzar a una autora que reivindicó su lengua y la enriqueció con su poesía (eso es lo que hacen siempre los buenos poetas con las lenguas en las que escriben), se vea atacada por quien supuestamente reivindica a esa autora como suya, con un cerrado sentimiento localista, arguyendo algo así como que «solo los de su pueblo la pueden entender», me lleva a la siguiente conclusión, meditada durante la noche seria, detenida y ponderadamente: ¿estamos tontos o qué?


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13 responses

8 01 2013
Leandro Pinto

No caben dudas, Alexis, de que el tema da para mucho, pese al análisis profundo y sesudo que nos ofreces aquí. Personalmente, me adscribo al derecho universal que tenemos de disfrutar de todos los autores, seamos de donde seamos y sea de donde sea el autor. Casualmente esta semana me pilló leyendo «Sobre héroes y tumbas», de Sábato. Entiendo de alguna manera la postura porque me encontré, en medio de esa prosa inalcanzable, con algunas palabrejas muy «argentinas», por decirlo de alguna manera, y me pregunté sinceramente si los lectores no argentinos las interpretarían como yo, que sí soy argentino; ahora, ¿cabe alguna duda de que «Sobre héroes y tumbas» sea una obra universal y pueda ser considerada (según esos criterios tan bien escogidos que enumeras) como «literatura»? Pocos de los que la lean lo dudarán. Entonces, acabada la novela ayer por la tarde, me encuentro esta mañana leyendo un volumen del «Teatro Completo» de Betholt Brecht, y dudando casualmente de la calidad de la traducción (es de Cátedra, con lo cual la calidad está prácticamente garantizada). En ese caso, firmo debajo de Monterroso y me amparo en que es mejor leer una mala traducción de Brecht, que no leer a Brecht. El que nos manejemos en un marco de limitaciones -no tener la capacidad de leer a cada autor en su idioma original- no significa, creo, que no podamos disfrutar, aunque de forma un tanto limitada, de las calidades de un autor determinado. Ahora claro: ¿se llegará al cielo leyendo a Shakespeare en inglés, provocándonos lo que nos provoca traducido al español? Un abrazo; muy buen artículo.

8 01 2013
Alexis Ravelo

Qué buenos ejemplos, Leandro. Yo me pasé la adolescencia leyendo a argentinos (Borges, Bioy, Cortázar, Arlt, Ocampo, Güiraldes). Leí «Sobre Héroes y tumbas» a los 17 o 18. Y sí, tuve que informarme un poco, mientras la leía, sobre la Guerra de Flores. Pero, en cambio, entendía muy bien a los personajes, porque, a esas edades, ¿quién no andaba enamorado de una Alejandra? ¿Quién no compartía esos miedos, esas incertidumbres, esos descubrimientos?
Brecht puede perder fuerza en la traducción. Pero sus temas y sus personajes están hoy, en mi opinión, más vigentes que nunca. En cuanto a Shakespeare, siempre que puedo lo leo en las traducciones de José María Valverde, que aclara muy bien los juegos de palabras. Pero, aun no siendo así, me niego a perderme un Shakespeare, por mala que sea la traducción. Me ocurrió con Titus Andrónicus, que conservo en una edición viejísima correspondiente a la primera traducción en español. Que esa es otra: las traducciones envejecen. El Hamlet de Leandro Fernández de Moratín se ha quedado muy pobre frente al de Valverde. Eso, como casi todo, es una cuestión de elecciones, de preferencias. Pero pienso en lo ridículo que sería que viniera un señor de Stratford Upon Avon a decirme que solo los de su pueblo pueden entenderlo. Más que defensor, lo consideraría el mayor enemigo de Shakespeare 🙂

8 01 2013
alenar

La manía del reduccionismo. Me ha parecido excelente tu articulo.

8 01 2013
Alexis Ravelo

Muchas gracias, Alenar. 🙂

8 01 2013
Anabel

Muy bueno. Llego a ti a través de Marcos Alonso. Un placer.

9 01 2013
Alexis Ravelo

Lo mismo digo. Bienvenida. Y gracias.

8 01 2013
Capitan Nombrete

A mí me parece que quien crea que por ser gallego entenderá «mejor» a Rosalía de Castro y que por ser argentino entenderá «mejor» a Sábato (me arrodillo y rezo ante quien me sepa «explicar» ) primero me tiene que dar razones de lo que significa «mejor» aplicado a «entender» y eso después de haberme explicado qué significa «entender» una obra de arte. La cosa no es simple, mano, me parece a mí. En lo que a mi respecta, en esto de la literatura, como en todo lo que tenga que ver con personas, se aplica aquella historia de los cuatro budistas ciegos describiendo a un elefante solo por el tacto: uno le tentaba la trompa y decía… otro le tentaba el rabo y decía… un tercero le tentaba la oreja y decía… y el cuarto le tentaba una pata y decía… En lo único que convenían era en que el elefante era azul.

8 01 2013
Capitan Nombrete

Nota: lo de arrodillarme era por quien supiera «explicame» Sobre Héroes y Tumbas de Sábato.

9 01 2013
Alexis Ravelo

Primero entender y luego interpretar, que esa es otra, Capitán, que ha quien dice que no es lo mismo…

8 01 2013
Maite Lacave

Al hilo de tu estupendo análisis, y sobre lo de «entender» se me ocurre que yo soy canaria, admiro y disfruto mucho todo lo que escribió Pancho Guerra, pero necesité un traductor, en mi caso el carnicero de la esquina, hombre mayor y del campo, para saber que era una «pastilla de leche», cual era la palma de Doña Nieves y bastantes cosas más que desconocía.Con la ayuda de mi «traductor» entendí y disfruté toda su obra. Será cuestión de buscarse un carnicero gallego para poder leer a Doña Rosalía.

9 01 2013
Alexis Ravelo

Pues mira, podría ser un buen título para un ensayo: «Poética del carnicero».

13 01 2013
mendigo trascendental

La obra de cualquier autor es universal, siempre que uno pueda saltar el muro de una lengua diferente. Como gallego me avergüenzo de la que dijo eso. Lo que hace falta en mi tierra es más ensalzar lo que tenemos, que es mucho, y menos egoístas e ignorantes.

13 01 2013
Alexis Ravelo

Bien dicho, amigo mío.

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