Amores perfectos

9 09 2009

Era la pareja perfecta: una mujer de espuma que abrazaba y se dejaba abrazar, temblando de placer al ritmo de mis caricias. Mis manos se deslizaban por sus hombros y su espalda. Luego dibujaban costados y caderas para ascender hasta unos senos  niños, antes de volver a bajar hacia el vientre. Pensé que el contacto sería eterno. Pero aquella mujer de ensueño se derritió como el azúcar cuando volví a abrir el agua caliente. Ese es el inconveniente de las relaciones perfectas: permanecen confinadas entre los límites de lo efímero.