Esta semana, en La Buena Letra, había previsto recomendar algo de literatura infantil y juvenil, por aquello de que el piberío anda de vacaciones y de que la familia que lee unida permanece unida. Pero ayer, cuando me levanté de madrugada para ver los periódicos antes de preparar la sección, me encontré con varias noticias que compartían espacio: por un lado, las sempiternas procesiones de Semana Santa, Cristo de la Buena Muerte incluido; por otro, el cabreo de Benjamin Netanyahu por el acuerdo entre Estados Unidos e Irán; pero, sobre todo, la horrorosa matanza ocurrida en Kenia: 147 personas fallecidas en un asalto de Al–Shabab a la Universidad de Garissa.
En un principio, se supone que estas noticias no tienen relación entre sí. Y no la tienen, al menos una relación evidente. Tampoco una explicación racional: se supone que las creencias religiosas y los modos de vida que emanan de ellos (masoquismos, victimismos y extremismos asesinos incluidos) están más allá de aquello que podemos comprender racionalmente y, cuando intentamos explicar (y explicarnos) el porqué de unas determinadas costumbres que atañen a lo religioso acabamos diciendo que, simplemente, se trata de creencias, que no se puede decir nada científicamente sobre ellas. Pero los antropólogos saben bien que esto no es del todo cierto. De hecho, hay un antropólogo cuyas obras nos muestran que no existe eso de los ritos y las creencias inexplicables, que utilizando la razón podemos entender muchas de las costumbres que nos parecen incomprensibles. Y ese es Marvin Harris, cuyos libros continúan publicándose y atrayendo la atención de los lectores desde que comenzaran a publicarse hace unos treinta años.
Como ejemplo, este libro que te traigo hoy: Vacas, cerdos, guerras y brujas: Los enigmas de la cultura, de Marvin Harris.

Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura, de Marvin Harris, Madrid, Alianza Editorial, 304 páginas
En Vacas, cerdos, guerras y brujas, el punto de partida es la investigación de una serie de mitos que siempre se consideró inexplicables. ¿Por qué las vacas son sagradas en India, un país donde hay necesidades alimentarias? ¿Por qué el judaísmo y el Islam prohíben comer carne de cerdo? ¿Cuál es el verdadero motivo de la existencia de las guerras? O ¿qué relación existe entre el mesianismo hebreo y la instauración de los cultos cristianos?
Harris, utilizando principalmente explicaciones materiales (que tienen que ver con la infraestructura, el modo de producción y de control de la natalidad de cada sociedad, que comprende a su vez el conjunto de variables demográficas, económicas, tecnológicas y ambientales) se acerca a cada uno de estos temas con una mirada nueva, que arroja muchísima luz. Por ejemplo, su explicación a la sacralización de la vaca en India, tiene que ver con el hecho, puro y simple, de que la vaca viva es mucho más eficiente que muerta y devorada: prácticamente no genera gastos, pues se alimenta de rastrojos, se emplea como animal de tiro, produce leche, y su bosta es utilizada como combustible, fertilizante y para revestir el suelo de cultivo. A una población que está pasando una época de sequía y hambruna, es mucho más eficaz imponerle un tabú religioso fuerte que explicarle todo esto, si se desea evitar la tentación de matarlas en época de sequías y hambrunas.
Este es solo un ejemplo de los muchos tabúes y enigmas que Marvin Harris va aclarando a lo largo del libro. Y siempre con esa gracia particular que tenía y que acerca perfectamente al profano al complejo mundo de su disciplina. Aunque muy rigurosos, los libros de divulgación científica de Marvin Harris son muy amenos. Tiene una prosa ágil, con mucho sentido del humor y una cierta tendencia al uso de la intriga, que hace que el lector disfrute sus textos como si se tratara de novelas.
Harris (1927–2001) era neoyorquino y desarrolló la primera parte de su carrera en la Universidad de Columbia, donde fue presidente del Departamento de Antropología de 1963 a 1969. En 1980 (justo cuando se publicó este libro) se trasladó a la Universidad de Florida, donde permaneció hasta su fallecimiento a los 73 años.
Fue el padre del materialismo cultural, esta corriente antropológica que estudia las culturas utilizando un método de origen marxiano que relaciona infraestructura con estructura (organización doméstica y política) y superestructura (ideas, símbolos y valores) en los grupos humanos. Frente a otras estrategias de investigación, como estructuralismo o el relativismo, el materialismo cultural tiene ciertas ventajas: es más abierto, más global, estudia los fenómenos integralmente, no excluye los descubrimientos de otras disciplinas científicas y proporciona explicaciones normalmente muy coherentes.
Y Harris, personalmente, fue un lujo, porque acercó esta ciencia al gran público, estudiando desde las costumbres alimentarias de sociedades de caza y recolección, hasta la tendencia a la concentración del poder económico y político en la sociedad norteamericana contemporánea (cosa que, naturalmente, levantó muchas ampollas). Algunos de sus títulos: Bueno para comer, Jefes, cabecillas, abusones, La cultura norteamericana contemporánea o Caníbales y reyes. Yo recomendaría muy especialmente Antropología Cultural, una versión divulgativa de su Introducción a la Antropología General, que es un resumen muy completo de su obra y su pensamiento.
En cualquier caso, Marvin Harris es uno de esos autores en los que vale la pena refugiarse cuando abres el periódico y ves que la gente sale de procesiones, se mata en nombre de una religión o ve con malos ojos un acuerdo de paz. Entonces, cuando sospechas que hay un hilo secreto que une todas estas cosas, pero no logras dar con él, autores como Marvin Harris te lo iluminan y la oscuridad del mundo es algo menos confusa. Así que, para este fin de Semana Santa: Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la Cultura, editada en Madrid, por Alianza, ininterrumpidamente desde 1987 hasta hoy, 304 páginas de esas que necesitamos: para leer rápido y pensar despacio.
Estoy completamente de acuerdo. El estigma que pesa sobre Harris surge de su virtud: sus explicaciones materialistas son las más coherentes, racionales, absolutas, amplias, lógicas y eso es difícil de tragar por una intelectualidad que aún carga con el enorme peso del idealismo.
Un saludo.