Cuento ofimático

14 04 2008
Aún lo amaba, pero ya no era lo mismo. Los años no pasan en balde y el roce hace el desgaste. Resignada, se refugió en la red (como él lo había hecho en sus tertulias) intentando hallar en chats, foros y blogs aquellos cosquilleos en la boca del estómago que él ya no conseguía provocarle. Como trabajaba desde casa, no le costaba demasiado sacar un par de horas al día para frecuentar a sus nuevas amistades telemáticas, que a veces habitaban en ciudades desconocidas, tan lejanas que para ella eran poco más que un nombre y algunos tópicos cercanos a la leyenda. Y un día apareció hector45 y ella descubrió en aquel hombre una inédita familiaridad. Como si la hubiera estado observando desde siempre. Como si se conocieran de toda la vida. Hector45, casado, de mediana edad, con hijos y desencantado como ella, pero, como ella, fiel a quien había estado a su lado tantos años, amaba los mismos libros, las mismas películas, similares estilos musicales y fue estableciendo con naturalidad los lazos de una intimidad que la hacía esperar ansiosa la hora de la mañana en que él se conectaba. Dejó de visitar otros foros y otros chats, igual que, según le dijo, había hecho hector45. Y comenzó la infidelidad. Una infidelidad sin encuentros físicos y en la que ni siquiera había cámaras, ni fotos, ni micrófonos, sino sólo palabras. Palabras que la excitaban y hacían que sus manos se convirtieran en las manos de su amante, o en su boca, o en su miembro, para celebrar las ceremonias de una pasión que hasta hacía poco  no se sentía capaz de revivir. Acordaron no verse nunca. No caer en la tentación de telefonearse o pedirse más datos que los justos para saber, cada uno de ellos, que existía otra persona en el mundo. Siguieron enamorados, lascivos y tiernos en la intimidad de sus respectivos cuartos de trabajo: hector45, visitándola cada mañana; ella, esperando con ansiedad la diaria visita, la periódica conversación, el cotidiano orgasmo, la renovada sensación de placer culpable y gozo consolador. Incluso jugaron a juegos que iban un poco más allá, como la propuesta de hacer el amor con sus respectivos cónyuges a una misma hora determinada y prometerse pensar el uno en el otro, como si fuera con el telemático amante y no con la propia pareja, con quien se cohabitaba. Al principio, ella tuvo, en alguna ocasión, miedo a que su marido la descubriera, pero, finalmente, acabó descuidando esa circunstancia porque, cosas de la vida, hector45 se conectaba siempre a la hora exacta en que él estaba en la oficina.