Las imposibles mariposas de González Déniz

21 09 2014

Emilio González Déniz comenzó a escribir y a cosechar éxitos cuando yo aún no había empezado a leer a Kafka (esto es mucho tiempo, porque empecé con Kafka muy joven) y es de esos que jamás se durmieron en los laureles, de los que han procurado siempre que cada libro sea un aprendizaje que le lleve a escribir mejor el siguiente. Novelista y cuentista, articulista y entrevistador, biógrafo y autor de libros infantiles, algunas de sus catorce novelas son memorables, aunque inconseguibles (ya se sabe que el mundo editorial a veces tiene que ver poco con el literario). Cito, de memoria, El Obelisco, Tiritaña, Bastardos de Bardinia o las tres nouvelles que conforman Tríptico de fuego. Cuando este polígrafo impenitente, que además es un tertuliano interesante e irónico, me comentó en una ocasión (ante un café improvisado tras un encuentro callejero) que llevaba tiempo escribiendo poesía pensé, por un lado, que me apetecía mucho leerla y, por otro, que, como ocurre con los libros de otros amigos principalmente dedicados a la narrativa, se trataría de algunos poemas dispersos que serían reunidos en un libro–colección, con motivos y estilos diversos y poca unidad.

21-09-2014 23;41;20

Mariposas imposibles, de Emilio González Déniz, Las Palmas de Gran Canaria, Gas Editions, 66 páginas.

 

Ahora, al leer Mariposas imposibles (Las Palmas de Gran Canaria, Gas Editions), González Déniz ha vuelto a darme una patada en la boca y a decirme, como tantas otras veces, que por bien intencionados que sean, debería meterme mis prejuicios en cualquiera de los bolsillos que uso últimamente.

La niña de las mariposas, 1950, Óleo sobre cartón, 49 x 43 cm. de Antonio Padrón.

La niña de las mariposas, 1950, Óleo sobre cartón, 49 x 43 cm. de Antonio Padrón.

Se trata, como reza su subtítulo, de un poemario en dos libros, pero que son, en realidad, y en mi opinión, correlato el uno del otro. El primero, mariposas, no oculta su origen: a partir de la contemplación de La niña de las mariposas, de Antonio Padrón, el autor presenta 14 poemas dedicados a otras tantas mujeres que han estado en la primera línea de la Historia o en el cuarto trasero, ocultas pero imprescindibles: Diana Spencer, Ana Bolena o María Callas comparten aquí con Vailima (la esposa samoana de Stevenson), Wan Jung (la última emperatriz de China) o la mítica Malinche. Muchos autores canarios (por no decir casi todos) hemos trabajado sobre la obra de Antonio Padrón (a causa de un proyecto que llevó a cabo su Casa Museo en Gáldar hace años), pero muy pocos, en mi opinión, le han sacado el partido que le ha sacado el autor de La mitad de un credo y con resultados tan interesantes. El segundo libro, cromática, se me antoja hijo (y necesario complemento) del anterior, pero ha huido de la semblanza biográfica y ha retornado a ese territorio en el que lírica y plástica se funden consistente y fructíferamente. El continuo juego de palabras, el constante doble sentido, es llevado aquí hasta sus últimas posibilidades, ampliándose en el neologismo (“Re–vuelves encarnado con azul y sales / malva. / Impertinentemente malva sales”) o extrayendo paradojas ocultas (“el alba con ser alba se ve roja”), invocando, con engañosa sencillez, un sutil erotismo (“el rosa endeble se incrementa / y el morado se expande. / Los besos atraviesan el aire de tu cuerpo, / aureola violácea que / al tacto de tu aliento / se viene amaneciendo en la noche / morada. / Matiz que viene del calor / de tus poros abiertos”). Cierto es que en la parte final del libro aparecen algunos poemas precapitulares a sus primeras novelas o un ingenioso caligrama, “Brindis” (que deja, por cierto, un resabio agridulce), pero estos se insertan perfectamente en el estilo y temas generales del volumen.

Si a esto añadimos las hipnóticas (y entomológicas) ilustraciones de Fernando Álamo (Mariposas imposibles es de esos libros que no pueden circular en e–book porque dejarían de ser lo que son), la consecuencia es un breve y exquisito volumen, de esos que uno desea continuar llevando en el bolsillo, tenerlos cerca, que le acompañen siempre.