Bibliotecas, borregos y totalitarismos

13 07 2010

Un amigo que reside en otra isla y que está implicado, con otras muchas personas, en la apertura de una biblioteca para la cual solamente falta la colaboración (no económica, sino inmobiliaria) de un ayuntamiento que, hasta ahora, no ha hecho más que remolonear en este asunto (porque, al parecer, no le parece «interesante») me ha hecho preguntarme por qué me parecen importantes las bibliotecas. Por una vez, y sin que sirva de precedente, me he puesto a pensar y el resultado es el texto que transcribo a continuación.

La biblioteca, de Maria Helena Vieira da Silva

La biblioteca, de Maria Helena Vieira da Silva

Borges imaginó el universo con forma de biblioteca. Lo hizo en La biblioteca de Babel, uno de sus muchos cuentos inolvidables, donde se nos describe una biblioteca compuesta de “un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio”. Esta hermosa metáfora borgeana (cuya arquitectura homenajeará Umberto Eco en El nombre de la rosa) no es exacta para quienes pensamos que el universo es caos. El hexágono es una forma geométrica demasiado perfecta. Prefiero pensar en la biblioteca humana que nos propone Ray Bradbury en Fahrenheit 451. En esa novela de 1953 se nos describe un mundo futuro en el que los inconscientes ciudadanos (ajenos a que sus autoridades están a punto de iniciar una guerra nuclear) viven pendientes de enormes pantallas caseras de televisión mediante las cuales interactúan con una programación completamente superficial, carente de todo contenido (elaborando este resumen brutal, se me ocurre que ese mundo se parece alarmantemente al nuestro). En esa sociedad los libros están prohibidos (como sabe todo dictador, los libros son peligrosos, porque hacen pensar) y la ley castiga severamente a quienes los imprimen, distribuyen, leen o almacenan. Las bibliotecas clandestinas son pasto de las llamas (el título de la novela hace referencia a la temperatura a la que arde el papel) en incendios que provocan, paradójicamente, los bomberos, y sus poseedores y mantenedores son perseguidos con toda la burocrática eficiencia de los estados policiales. Tras huir de la ciudad, el protagonista (un bombero que ha sido denunciado por almacenar y leer libros), se une finalmente a un grupo de hombres y mujeres que se han exiliado para salvaguardar los libros, en espera de tiempos mejores. Su plan es sencillo y genial: cada uno de ellos ha memorizado un libro y su misión es recordarlo y traspasar este recuerdo a un miembro de la siguiente generación, para que, tras el inminente holocausto nuclear (el fin de ese régimen analfabeto), cuando puedan volver a imprimirse libros, el patrimonio inmaterial de su contenido se conserve intacto. Esto es: cada uno de los miembros del grupo es un libro; su grupo es una biblioteca; la supervivencia de una sociedad justa implica la supervivencia de estos individuos, la cual implica la supervivencia de los libros, imprescindible para la democracia.

Frente a la probablemente infinita (y, por tanto, probablemente abominable) de La biblioteca de Babel (ese cuento estupendo que siempre me produjo un verdadero terror metafísico), esta biblioteca de Bradbury me resulta más amable, más conmovedora. En primer lugar, de modo intuitivo, estético, porque en ella no interviene la geometría. Pero, sobre todo, por el hecho de que son los seres humanos quienes la sustentan, quienes la hacen posible y la perpetúan. La biblioteca de Babel podría subsistir sin los hombres; la de Bradbury no. Y es que existe un hecho bastante evidente que, sin embargo, los poderes públicos suelen olvidar: una biblioteca sin lectores no es más que un almacén de libros.

Cuando yo era niño, las bibliotecas eran (o así me lo hicieron creer) lugares casi sagrados, míticos y solitarios, donde el saber silencioso acumulaba polvo en las estanterías y donde utilizar la palabra era casi un sacrilegio. Las bibliotecas de hoy, por suerte, son bulliciosas. Me complazco en comprobar que las bibliotecas son lugares llenos de vida, donde estudiantes y usuarios de Internet se cruzan con ociosos que leen la prensa y aficionados al cine que rebuscan en las mediatecas. Cualquier persona seria se indignará porque me parezca bien este hecho (algunos de los necios más grandes que conozco son tenidos por personas muy serias), pero eso indicará que no se ha parado a pensar en que todas esos usuarios, aparentemente interesados en asuntos extra-literarios, realizan sus actividades en compañía de libros: los ven, los frecuentan, los huelen y los rozan y, tal y como afirma la sabiduría popular, “el roce hace el cariño”. En las bibliotecas continúa existiendo la función, evidentemente primordial, de servir como lugar de conservación de libros, para que podamos leerlos, consultarlos o tomarlos en préstamo. Pero, además, la oferta se ha ampliado con múltiples actividades que agrupan a ciudadanos de todas las edades y capas sociales en torno a actividades de narración oral, clubes de lectura, talleres creativos, competiciones de juegos de mesa, exposiciones, conferencias y mesas redondas. O simplemente, son puntos de reunión. Ya que la vida bulle allí, allí se producen diarios encuentros. El lector que quiera hacer la prueba puede visitar cualquier biblioteca. Será testigo, como lo soy yo cada día, de cómo los adolescentes se hacen la corte con el pretexto del estudio, de cómo se encuentran viejos amigos que no se veían hacía años, o de cómo padres y madres jóvenes acuden a ellas acompañados de sus hijos. Las bibliotecas de hoy están vivas. Más vivas que nunca. Son un eminente centro de la vida civil. Y ello es debido a que la sociedad las reclama y las usa. Son los miembros de la sociedad civil (y no los poderes públicos) los que hacen que existan las bibliotecas tal y como cualquier amante de la difusión cultural las entiende. Los poderes públicos, sin embargo, cumplen una función (quizá debería decir la función, pues es, en mi opinión, esta su condición de existencia) imprescindible: garantizar la existencia de las infraestructuras necesarias para que toda esta vida sea posible. Y, así como he comprobado con alegría cómo por toda nuestra geografía se extiende una estupenda red de bibliotecas dependientes de todo tipo de instituciones (y gestionadas, por cierto, por personas cuya labor es inestimable, con una pasión a prueba de sueldos mínimos e inestabilidades laborales), también he comprobado con tristeza, cercana a la vergüenza ajena, que existen municipios y zonas que todavía no cuentan con su propia biblioteca. Porque nadie se ha preocupado de ello, porque se está más interesado en el bienestar económico que social, o porque se entiende el sector de la gestión pública de la cultura como algo más cercano a las actividades de “Ocio y Festejos” que como lo que realmente es: algo intangible, que no hace demasiado ruido (o, al menos, no tanto como unos voladores o un macro-concierto del último canchanchán de moda en esta temporada) pero cuya presencia es indispensable si se pretende vivir en una democracia sana en la cual sus miembros estén no solamente informados sino también formados, para que cuenten con un patrimonio intangible que les proporcione los parámetros necesarios para pensar por sí mismos y contribuir así al desarrollo y perpetuación de ese mismo patrimonio con su participación activa. A nadie se le escapa (mucho menos al totalitarismo del pensamiento único) que sin todo esto los ciudadanos no serían ciudadanos, sino simples borregos manejados a sus anchas por los poderes económicos y políticos.

No imagino el universo como una biblioteca, porque, como ya dije, la imagen que tengo del universo es caos. Pero todas aquellas herramientas que concibo para intentar poner algo de orden que me ayude a transitar por ese caos están contenidas en los libros. Por eso no concibo un mundo sin libros. Y, por supuesto, lo que jamás concebiré, es una sociedad justa (una sociedad madura, una sociedad con presente y con futuro) sin bibliotecas. Cuando recuerdo a Bradbury y su novela, un resorte que está en mi educación o en mi memoria sentimental o, simplemente en mi sentido de la estética (o de la ética), me lleva ineluctablemente a pensar que cada vez que alguien, por acción o por omisión, impide o, simplemente, obstaculiza la posibilidad de existencia de una biblioteca, está dando, consciente o inconscientemente, un decidido paso hacia el totalitarismo.


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13 responses

13 07 2010
Yurena

Fantástica reflexión Alexis, muy de acuerdo en todo.
En la zona donde vivo hay una biblioteca que no se usa como tal, y me gustaría poder intervenir en su gestión cuando se den los pasos necesarios.
Necesarios, como las bibliotecas y sus usuario@s. Un saludo.

13 07 2010
VALK

Te pareces a mí.

13 07 2010
Lunática

El texto parece una proclama -en realidad creo que lo es- muy directa en la que se explica perfectamente el sentido de una biblioteca y se documenta, con claridad y concisión, desde un punto de vista subjetivo y no. Obviamente estoy contigo en que no desaparezcan los libros ni «sus casas», y apoyaría cualquier moción en ese sentido. Pero por otro lado, creo que debemos ser cuidadosos/sas con las palabras porque quedan escritas -virtualmente o en páginas con «tactos lisos y rugosos»- que pueden aplastarnos.
Bss.

13 07 2010
VALK

Lo siento, porque este comentario no va aquí, pero los estoy viendo y escuchando para colgarlos en el Blog, y no me resisto a darles su merecida fama (pequeñita, pero no insignificante,jeje). Aquí te dejo, Alexis, Amigo, y Os dejo, a los que visitáis este Blog, el segundo vídeo (menos crutrillo, pero hecho con el mismo entusiasmo) del nuevo grupo canario, «The Chirriewaters», del cual, mi Amado, es bajista. Pinchad aquí http://www.youtube.com/watch?v=IrtSFUy-SwA
PD:(¡A qué es guapo mi parteniere, chicas bloquerassss! 😉 ……sí, ya, ya, ya Modesto está bajando, jajajaj).
Te pido disculpas nuevamente, Alexis, por poner esta entrada aquí, y Gracias por no enfadarte, ¡espero!. Bye.
……….por cierto, en cuanto al post, añadir al primer comentario que puse, que, por lo poquito que te conozco, el resorte, es tu Ética……..un Abrazo.

13 07 2010
Belkys

Como dijo un gran poeta de mi tierra madre: «Ser culto es el único modo de ser libre». Por eso da tanto pánico a los totalitarios que la gente esté cerca de los libros. Ni los más modernos inventos podrán sustituir jamás los conocimientos que atesora un buen libro. Buen artículo, profe. Un abrazo

13 07 2010
Juan José Rodríguez

Siento tener una opinión pesimista pero la tengo. Las bibliotecas son almacenes de libros. La realidad es que muy poca gente lee. Y cuando encuentras a alguien te habla de La catedral del mar. Las bibliotecas normalmente son frecuentadas por chicos que las usan un 10% para estudiar y un 90% para el cachondeo. Personas adultas pocas. El parámetro que mide la capacidad de comprender lo que se lee desciende espantosamente en el país, y va peor en Canarias. Lo importante no es que haya libros disponibles sino que la gente los quiera leer. Si yo manejara un presupuesto público en un ayuntamiento pequeño lo primero que haría sería incentivar la lectura con talleres, clubes, charlas, etc. Si eso funcionara me atrevería a comprometer una inversión fija en un edificio, los libros, el personal, etc. Pero, desgraciadamente, no creo que porque haya libros a disposición de la gente los vayan a leer ni porque se reúnan alrededor de ellos se les vaya a pegar algo por simpatía, como estallan las bombas.

13 07 2010
Julio Pérez Tejera

Es verdad que hay motivos para el pesimismo pero, si no se lee, es responsabilidad de los poderes públicos buscar formas de incentivar a los jóvenes para que lean. Es tristísimo que haya dineros para policías que resultan innecesarias cuando la gente es verdaderamente culta. Que la bibliotecas sean bulliciosas es normal. El silencio es también un valor, pero comunicarse es educativo. Crecemos hablando, relacionándonos. Totalmente de acuerdo contigo, Alexis. ¡Salud!

14 07 2010
Cesáreo

Queridos apañeros, sea como sea, las bibliotecas estan ahí, y si no lo están deben estarlo, como meros almacenes o como centros bulliciosos, lo cierto es que si algun día alguien que no lee, decidiera hacerlo, se debe tener la alfombra lista y en cuanto a esta cuestión no hay «vuelta de hoja», en caso contrario peligro, todos merecemos ser libres de pensamiento (por lo menos).
En cuanto a que no se lee, deberiamos hacer un matiz, quizás lo que pasa (cada vez menos afortunadamente) es que no se lee (llamemosla) buena literatura. Frecuentemente hablo con gente de mi circulo (y no me refiero al circulo de gente, que he conocido como escritorcillo aficionado, que he tenido la fortuna de conocer en los talleres que ha impartido el propietario de este blog) y afortunadamente cada vez más se habla de literatura, lo que me hace pensar en la veracidad de esos datos y sus fuentes, esos mismos datos que dicen que en este pais no se lee. Además ¿De dónde sacan esos datos? Desde luego a mi no me han preguntado nunca ¿Y a ti?

14 07 2010
Aryán

Trabajé un tiempo en una biblioteca municipal de uno de los barrios más marginales de Las Palmas de GC, a la que iba cada día asustada con historias de “roban hasta los ratones de los ordenadores”, “te pinchan las ruedas”… Además, yo me sentía, frente a la imagen romántica del bibliotecario, guardián del tesoro del saber, una repartidora o dependienta de una tienda de cualquier cosa. Hasta que un día salí del mostrador en que me parapeta y me puse con unos chiquillos a hacer un trabajo de astrología. Siguió volviendo ese grupo una vez acabado el trabajo, las más de las veces para encontrarse con los amigos o para meterse en internet. ¿Vamos a prohibirlo cuando ese barrio no tiene más centros sociales? Un día, una de aquellas niñas se me acercó y me pidió un libro para el verano, que confiaba en mí y le recomendase. Cuando cerré aquel día, recuerdo que lloré.

Tengo esperanza en la gente, para los poderes quedan los escrutinios, desde siempre:

“El cual aún todavía dormía. Pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:
—Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo.
Causó risa al licenciado la simplicidad del ama y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego”.

14 07 2010
Capitan Nombrete

Hace un tiempo proclamé que las bibliotecas eran mis iglesias. Cuando me entra la congoja, me salgo del despacho y me paseo por la biblioteca. Reordeno los libros que están mal ordenados. Leo páginas sueltas de otros. Me siento a ojear libros de fotografía. Siempre salgo recuperado, confiado en que al menos en un aspecto de la vida sé lo que soy y para lo que sirvo.
Siempre he pensado que en un mundo como Farenheit 451 yo sería «Industrias y Andanzas de Alfanhuí»,(Rafael Sánchez Ferlosio) un libro que no puede perderse en absoluto y que yo me encargaré de conservar para después del apocalipsis.

15 07 2010
Ernesto

Cuantos recuerdos me ha despertado esta entrada. Hace ya un puño de años, a un grupito de jóvenes de mi barrio le dió por crear una biblioteca. La colaboración del Ayuntamiento fue en el mismo sentido que comentas, diciendo la concejala de distrito que para qué íbamos a montar una biblioteca, si la gente no lee (la del Cabildo fue completamente opuesta, donando cientos de libros).

Con mucho esfuerzo, al final el proyecto salió. Por falta de tiempo y del recurso humano, duró poco. Estuvo abierta un año, y abría apenas seis horas a la semana, dos o tres días por las tardes. Pero en ese año de seis horas semanales se hicieron trescientos socios. En ese barrio donde nadie leía, durante ese año de seis horas semanales se hicieron más de mil préstamos, y casi nunca faltaba un grupito de niños leyendo en la sala. Y el placer de que te venga un niño diciendo que le ha encantado un libro, o el pibito que no llegaba a catorce años llevándose un poemario de Bukowski…

Después de tanto tiempo, sigue siendo una de las experiencias más bonitas de mi vida.

16 07 2010
África

Hoy, considerándome joven lectora, puedo añadir… que el mundo de la lectura entre mis conocidos, es algo ajeno. Por supuesto un sentimiento de tristeza me invade, al poder observar como futuros universitarios no saben aún de la existencia de escritores maravillosos. Sin embargo, como visitante de bibliotecas podría decir que ese mundillo cada vez se mueve más y como bien se dice en la entrada «el roce hace el cariño». Me imagino que el hecho de que den vueltas, y remoloneen con el asunto de nuevas bibliotecas, puede ser la abundancia de estupidez. Basura, y más basura se ve en los cargos «superiores».

Un saludo.

25 07 2010
Domingo

Tengo un cuadro de Maria Helena Viera Da Silva en mi casa. Se titula Bibliothéque en Feu 1974. Lo compre en la Fundación Calouste Gulbenkian, Lisboa.
Saludos.

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